Homenaje a las comunes: mi amiga Marisol
Mi
amiga Marisol es solo una mujer. Una
mujer normal. De esas que no se rinden nunca. Como tantas. Llegó desde Colombia
hace miles de años casi con lo puesto, y con su hijo en los brazos, y sabe muy
bien lo que es pelear cada minuto de la existencia para tener una vida digna. Es
una de las personas más sensibles, generosas y solidarias que conozco. Mi amiga
Marisol es especial. El caso es que si se la mira de cerca parece una mujer corriente,
tirando a guapa, eso sí, algunos dirían, incluso, que a muy guapa. Pero si se
la mira muy, muy de cerca se puede ver una luz especial que se derrama en sus
ojos casi de forma acuosa, que tiene que ver con los padecimientos milenarios que
llevan cosidos a piel las mujeres de abajo y con las ganas de supervivencia
digna de las comunes. Mi amiga Marisol es una de esas mujeres comunes y
corrientes, que siempre están para los demás y que siempre ayudan, dan una
mano, las dos e incluso ponen todo el cuerpo si es preciso. Mi amiga Marisol es
realmente bella, tan bella como la princesa Leia cuando ayuda a la resistencia.
Mi
amiga Marisol se coloca los guantes, la mascarilla y sale de su casa resuelta,
y lista para lo que venga, como si fuera ataviada con una armadura que la hace
invencible. Es de las que está poniendo el cuerpo en su barrio para ayudar a
los demás. Reparte comida con una asociación con la Red de Solidaridad Popular (RSP)
de su barrio, junto con el equipo de apoyo de cuidados del distrito. Comenzaron
atendiendo a cincuenta familias y ya asisten casi a quinientas, poniendo a
prueba la capacidad de organización de la
resistencia. El número no para de crecer de una semana para otra. Desde que
comenzó esta pesadilla distópica de la pandemia convertida en crisis económica
y social, mucha gente de su barrio que ya vivía al día, con curros precarios e incluso
no tan precarios, se ha quedado tirada sin cobrar de un día para otro, y hay
que ayudar, la resistencia está para
eso, porque hasta que llegue el Halcón
Milenario con las ayudas públicas, la gente tiene que comer.
Mi
amiga nunca pregunta a los que acuden a por la bolsa de comida sin son españoles
o no, si son trans, o del Real Madrid, gays, lesbianas o ateas, cómo viven, si
son jóvenes o viejos, de aquí o de allá, extraterrestres o terrícolas de pura
cepa, no le importa una mierda de donde sean, ni si son rubios, morenos, chinos,
pecosos, negros o color aceituna, … solo les pregunta ¿qué tal llevas el día?,
¿qué necesitas?
Mi amiga
Marisol sabe que Cáritas sí pregunta, y pide a la gente que rellene un
formulario para darles el paquete de comida. Mi amiga es consciente de que esto
es un error en la situación actual, porque hay gente sin papeles que se queda
fuera de todas las ayudas, por no poder cumplimentar los formularios y también
porque los perfiles han cambiado y hay personas que solo desean una ayuda
puntual, mientras ellos consiguen volver a tener sus ingresos. Mi amiga sabe
que hay gente que no quiere figurar en ningún registro, porque para ellos esto
significa un fracaso en sus vidas, que les rompe un poco por dentro.
Mi
amiga Marisol está muy enfadada con los voluntarios de hogar social, que
preguntan a las personas su procedencia y solo reparten alimentos a los que
acreditan ser Españoles. Como si el carnet de español otorgara a la gente
derechos de supervivencia superiores a los de cualquier ser del planeta.
Mi amiga
se indigna y le hierve la sangre cuando ve estas cosas, y se desgañita y las
critica y las denuncia, porque también sabe que con o sin papeles, sean
españoles o no, las personas solicitan ayuda por pura necesidad y tienen tanto
derecho a comer cada día como sus hijos, su marido o ella misma.
Mi
amiga Marisol sonríe y consuela, proporciona ánimo y autoestima cuando dice,
por favor, mírame a los ojos y no te avergüences, esto que te pasa le puede
pasar a cualquiera, ninguno estamos exentos de quedarnos sin trabajo, sin
recursos, así, en un parpadeo, la auténtica vergüenza es no disponer de una red
de asistencia social pública en Madrid -la comunidad autónoma con el PIB per
cápita más elevado y con la desigualdad más grande del Estado, con un millón de
personas en situación de exclusión social y la mitad de esas en exclusión
severa- y en toda España, que se ocupe de la gente cuando las cosas fallan. La
auténtica vergüenza es que vivamos en una sociedad en la que está permitido
gastarse hasta lo que no se tiene en tanques, aviones o bombas inútiles, en
lugar de en sistemas de protección social, con derechos articulados que
protejan, con justicia social, que pongan la vida en el centro y contemplen las
necesidades reales de las personas. Mi amiga Marisol les dice también que la gigantesca
vergüenza es que vivamos en una sociedad en la que hay personas que podrían
vivir un millón de vidas a cuerpo de rey que se escabullen de pagar lo que les
correspondería por su renta real, evadiendo impuestos, y se lavan la cara -con
publicidad mediática-ofreciendo unas pocas migajas, y otras, en cambio, no
puedan vivir ni una sola vida con la dignidad suficiente en este Madrid que
engulle almas.
Mi
amiga Marisol no cree en dioses, no cree en reyes, no cree en tribunos, ama a los
demás como son, pelea como una leona por los suyos, por los de abajo, por los
comunes, y cree en las personas, en el esfuerzo colectivo, en la solidaridad y
en la capacidad de la gente organizada.
Mi
amiga Marisol está indignada con esta situación y quiere que el Ayuntamiento y
la Comunidad de Madrid escuchen a las asociaciones de barrio, que reclaman que
las escuelas de cocina arrimen el hombro y cocinen platos para llevar para la
gente que está impedida, que son pobres, viven en habitaciones sin derecho a
cocina o son tan ancianas que no pueden guisarse un plato caliente. Mi amiga
Marisol conoce muy bien lo que pasa en su barrio, nunca ha abandonado el
trabajo de calle, ni la pelea diaria por la vida digna desde la resistencia.
Sabe de
sobra que la caridad no es una solución real y ni permanente, y es consciente
de que lo que quiere ella y la gente como ella, los comunes, son derechos y los
lucha y los pelea cada día en las calles de su barrio. Sabe que el Gobierno de
coalición prepara una renta mínima vital y se reconoce una de las protagonistas
anónimas que ha exigido con organización, con política y en la urna, que la
gente tenga una renta suficiente para poder contar con su propia economía sin
tener que pedir ayudas o caridad. Sabe todo esto y se siente orgullosa de haber
luchado por ese derecho. Es un triunfo de los comunes, de los que son como
ella, de su clase, que supone –además- un cambio de conciencia social sobre
cuáles son las prioridades, que tiene que contemplar y atender el Gobierno de un
país.
Mi
amiga lo sabe, y por eso, mientras llega y no llega el Halcón Milenario sigue siendo consciente de que a la resistencia
le toca arrimar el hombro con solidaridad desde la red del tejido asociativo de
cada barrio, de los grupos de cuidado distritales y desde los hogares, desde la
casa de los comunes, donde no se
pregunta procedencia ni filiación, se tiende la mano y se dice, ¡ánimo vecina,
esto lo superamos todas juntas! ¡Resistir
es vencer!
Mi
amiga sabe que el pueblo salva al pueblo y es una obligación exigir con presión
política y con solidaridad compartida, que las políticas públicas estén a la
altura de las circunstancias.
PD.
Este artículo está dedicado de forma especial a mi amiga Marisol, una mujer
luchadora que siempre está. También a los miles de personas como ella, que
ayudan a los demás así, poniendo el cuerpo sin preguntar, en este episodio
distópico, que estamos viviendo, o en cualquier otra situación que lo requiera.
Este artículo ha sido publicado en Nueva Tribuna.
Carmen
Barrios Corredera, escritora y fotoperiodista.
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