miércoles, 24 de enero de 2018

El joven Karl Marx: homenaje cinematográfico necesario

Marx y Engels en un momento del film

Pego una reseña de una película necesaria, El joven Karl Marx. En 2018 se cumplen 170 años de la primera edición de El Manifiesto Comunista, hito sin parangón como hoja de ruta para la organización del movimiento obrero internacional. Además el 5 de mayo se cumplirán 200 años del nacimiento de Karl Marx, lo que convierte a esta película en un documento audiovisual necesario para el debate político. Va la reseña:

EL JOVEN KARL MARX
(Dirigida por Raoul Peck, Francia, 2018)

La cámara enfoca un lecho de hojas en un bosque tupido…poco a poco se van viendo figuras de campesinos famélicos y aterrados que recogen en silencio ramas del suelo, mientras una voz en off relata las penalidades de las gentes y la dura represión que sufrirán por ello…los bosques y su contenido son considerados propiedad privada. Se escuchan relinchos de caballos y ruido de cascos a la carrera. Hombres armados con mazas se ciernen como una turba del infierno sobre las gentes, aplastando sus cabezas y sus vidas por el atrevimiento de recoger ramas en el bosque.

Así comienza El joven Karl Marx, relatando en imágenes y acción el contenido de un artículo de Karl Marx en el que denunció la terrible corrupción de las clases poderosas sobre las desposeídas, a las que no consentían ni recoger las ramas caídas de los árboles sobre la hojarasca, algo permitido por la ley del momento que no era respetado por los dueños de los bosques, que consideraban que todo su contenido les era propio, terratenientes desalmados que preferían que se pudrieran las ramas en el suelo antes de ofrecer ni el más miserable sustento a los desposeídos.

Este artículo es la causa de que Marx abandone Alemania y se traslade a París, donde conoce a Friedrich Engels. Una de las virtudes de la película es retratar el enamoramiento intelectual que se produce entre los dos y cómo sus inquietudes y sus conocimientos encajan los del uno en el otro y los del otro en el uno. Se aprecia con exactitud cómo la mente filosófica de Marx encuentra en la inteligencia práctica de Engels y en sus conocimientos y estudios del mundo del trabajo en esa revolución industrial (Engels era hijo de un industrial de las hilanderías, que aprovecha su trabajo como contable en las fábricas de su padre para conocer en profundidad el mundo del trabajo, el penoso mundo del trabajo en esos momentos) ese complemento tan ajustado y necesario para llegar a la síntesis que supuso el Manifiesto Comunista de 1848, un documento histórico que aúna teoría y praxis magistralmente, sentando las bases del movimiento obrero internacional desde ese momento.

La película tiene el valor de reproducir a través de conversaciones entre los personajes textos reales escritos por ellos. Hay escenas memorables, en las que se visualiza de forma brillante el ambiente del trabajo en las fábricas y diálogos en los que se aprecia cómo nace ese nuevo lenguaje (lucha de clases, proletariado, explotación, hegemonía de clase, plusvalía, fuerzas productivas, dominación, estructuras, superestructura, lo emergente, lo residual, la consciencia…), que Marx aquilata para nombrar su momento histórico y ser capaz de expresar con precisión lo que representa el capitalismo de la época y el porqué de la lucha de clases. Esa mente filosófica privilegiada que tenía el alemán nos regala al resto de las generaciones venideras ese marco dialéctico abierto, ese método que sirve para analizar las realidades de cada momento y poder buscar las soluciones que mejor se adapten a la época que vivimos. Por cierto el 5 de mayo de este 2018 se cumplen 200 años del nacimiento de Marx y justamente ahora 170 de El Manifiesto Comunista. La película es un buen homenaje a su figura, es una lección de dialéctica, con momentos fabulosos como cuando desmonta a Proudhon (que se limitaba al análisis pero no era capaz de concretar herramientas dialécticas y prácticas, un camino para transformar esa realidad social tan cruda) o como cuando habla ante los obreros y les hace notar que viven en una sociedad en la que solo se valora lo que se tiene. La tensión entre el Ser y el Tener, una constante de la que parece que no somos capaces de desprendernos.

Otra de las cosas que me ha gustado de la película es el retrato de la relación de Marx con Jenny, su esposa, y los agudos comentarios que ella le aporta de forma continuada, que él escucha e incorpora a su discurso. Su rica relación refleja una forma de vivir, de relacionarse en pareja, de amar, de dialogar con inteligencia y de buscar alternativas vitales individuales y colectivas, centradas en su afán por imaginar un futuro colectivo diferente de personas libres, fraternas e iguales. Ella llega a afirmar en un momento de la película que una vida sin lucha no merece la penan, que vive alegre la lucha, y que su vida burguesa anterior (ella pertenecía a una de las familias más importantes de Alemania) era aburrida, anodina  y absurda. La emoción intelectual que provoca intentar cambiar el mundo es una de las sutilezas que llenan algunos de los pasajes de esta película. Solo por eso merece la pena acercarse al cine a verla.

La película está magníficamente dirigida por Raoul Peck, que firma un documento del que se desprenden enseñanzas que continúan sirviendo hoy, y que tienen que ver con cómo nos enfrentamos a quienes nos oprimen en la actualidad y cuáles son los caminos más eficaces abiertos para la lucha. El debate está servido, gracias a un magnífico trabajo de guión también que condensa ese caudal de pensamiento filosófico de uno de los grandes cerebros de la humanidad. Engels dijo de Marx en su entierro que “El cerebro más grande de la Humanidad ha dejado de pensar”. Afortunadamente su método de análisis de la realidad nos acompaña para ayudarnos a fijar el mejor camino en cada momento. La lucha de clases sigue vigente y tenemos el deber de presentar la noble batalla que nos ayude a conseguir un mundo en el que la DEMOCRACIA se extienda de verdad a todas las esferas de la vida. En eso estamos.

Carmen Barrios