miércoles, 27 de marzo de 2013

Una historia sobre la soledad

El cuento que viene a continuación es una historia sobre la soledad. Se titula "Vacío", porque trata sobre los efectos que provoca la soledad no elegida, sino impuesta por circunstancias adversas, inadvertidas y/o fortuitas sobre una mujer que fió su estabilidad única y exclusivamente a su relación de pareja. Cuando esta se termina sin previo aviso, ella comienza a mutar físicamente y va como desapareciendo, perdiendo hasta el color en ese vacío en el que se ha convertido su vida. 

La fotografía que le acompaña se la realicé a una amiga que se prestó amablemente a posar en circunstancias de iluminación extraña, y el resultado ha sido su transformación en una especie de espíritu sin rostro, una figura a punto de desaparecer.

Tanto el cuento como la fotografía han sido publicados también en la web www.nuevatribuna.es en la sección de cultura.


Contraluz














Vacío

La mujer en blanco y negro deambula por su casa de forma automática. Parece el personaje de una fotografía antigua, recién salida de una imagen lúgubre de postguerra. Desde que introduce la llave en la cerradura y traspasa el umbral de la puerta de su piso, hasta que se acuesta, recorre cada estancia sin reparar en nada. Es como una de esas muñecas con cuerda que caminan por impulso, mecánicamente, del pasillo a su habitación, de su habitación otra vez por el pasillo hacia el cuarto de baño, del cuarto de baño a la cocina, de la cocina al salón, del salón de vuelta al pasillo para recalar en la habitación de nuevo.

La mujer en blanco y negro hace días que no se mira en el espejo. La última vez que lo hizo se dio cuenta de que la mitad de su rostro estaba inexpresivo y sin tonalidad alguna que coloreara sus mejillas. El pelo se encontraba deslucido y alterado por una plaga fraccionada de mechas grises, como si la hubieran estado revelando en un laboratorio y el proceso se hubiera quedado sin concluir. Se quita la ropa como si fuera una autómata y se coloca una bata de andar por casa rosa pálida, que contrasta con la tonalidad grisácea en la que se ha ido transformando la piel de sus brazos con el paso de los días.

La mujer en blanco y negro se prepara un vaso de leche caliente y unas galletas para ocupar el vacío de hueco de ascensor en el que se ha convertido tu estómago y siente sus piernas flojas, como si fueran la tripa blanda de un acordeón estropeado. Últimamente come lo que sea, lo imprescindible para no desfallecer, porque se ha dado cuenta de que ingiera lo que ingiera su piel continua inexorable su metamorfosis hacia las tonalidades propias de un papel de periódico. Por eso, simplemente toma lo que sea y se va a la cama. Una cama demasiado grande para una sola persona.

La mujer en blanco y negro ocupa su lugar de siempre, el lado izquierdo de la cama según se mira desde la puerta. A su costado queda un gran espacio muerto, un espacio que se queda frío como una plancha de aluminio pulido, desde hace quince meses y veintiún días.

La mujer en blanco y negro lleva quince meses y veintiún días sin abrir el otro lado del armario de su habitación. Quince meses y veintiún días sin tocar la otra mesilla, que está cubierta por una ligera capa de polvo que tamiza el color de la madera y extirpa cualquier atisbo de vida; quince meses y veintiún días sin girar la llave del grifo del lavabo de la derecha; quince meses y veintiún días sin entrar en la habitación del fondo; quince meses y veintiún días sin... Su casa se ha llenado de espacios muertos, lugares callados, invadidos por una quietud propia de las estampas de época, espacios en los que no vive nadie, nadie los da uso, nadie los toca.

Su propio cuerpo se ha convertido en un espacio muerto y de color imposible. La mujer en blanco y negro lleva quince meses y veintiún días sin una caricia íntima, sin un beso apresurado en la mejilla antes de salir a trabajar, sin un roce suave entre las sábanas, sin un abrazo ante el espejo del baño. Quince meses y veintiún días sin… es mucho tiempo.

La mujer en blanco y negro vive rodeada de un vacío agobiante, que gime por las noches y extiende un eco sordo de caverna desierta dentro de su cabeza, un hueco imposible de llenar. ¿Dónde está él? ¿Por qué ha desaparecido sin dejar rastro? Estas dos preguntas ocupan el único espacio del cerebro gris de la mujer en blanco y negro que no está muerto.

Carmen Barrios.

viernes, 8 de marzo de 2013

8 de marzo: siempre reclamando la igualdad




El 8 de marzo es un día para celabrar y reivindicar. Pego un cuento  que está dedicado a todas las mujeres que llevan reclamando derechos de igualdad desde que existen las piedras, desde que sale el Sol cada mañana y la Luna viene y se va para completar un ciclo de 28 días, a todas esas valientes mujeres que se han plantado alguna vez ante los poderosos para decir NO, y con su acción han contribuido a que se den pasos adelante. ¡!!!Feliz 8 de marzo¡¡¡ 

El relato va acompañado por una fotografía que realicé en una callejuela de Marrakech en la que se puede ver el mimo que puso el artista o la artista para retratar una mujer pensativa y mirando al frente tranquila. El rojo de los muros de esta ciudad hacen resaltar con vida propia esta imagen tan bella. 

El relato  y la fotografía también han sido publicados en la web www.nuevatribuna.es
en la sección de cultura. 

Va el cuento:

La conductora de la línea Cementerio-Paraíso

La conductora de la línea Cementerio-Paraíso lleva guiando su autobús en el primer turno del día tanto tiempo como las columnas que sujetan la casa de Hades sobre la faz del Inframundo. Sortea los flujos de coches que se concentran durante las horas punta con la misma destreza que Caronte, el mítico tripulante que inauguró la línea y cubre el turno vespertino hace una eternidad. Ella es consciente de la pesadumbre que habita las almas de los usuarios, que se acomodan en los asientos del vientre de acero del vehículo como un rebaño de corderos mansos listos para llegar a su destino.
  
La conductora de la línea Cementerio-Paraíso es muy concienzuda en su trabajo. Nunca deja nada al azar. Antes de comenzar a deslizarse por las calles revisa cada día la presión de las ruedas, la respuesta de los frenos y el buen estado de uso de los asientos y los asideros. Considera de una importancia extraordinaria que los usuarios de la línea realicen el trayecto con seguridad, pues han pagado el precio por adelantado para llegar a la última parada sin sobresaltos ni incomodidades que puedan perturbar su dignidad.

La conductora de la línea Cementerio-Paraíso es una mujer experta, que tiene entre sus manos un volante privilegiado para el tránsito. Cuando finaliza su jornada siente la inquietud punzante de la duda si algún pasajero toma el camino de vuelta, porque eso significa que puede quedarse suspendido entre dos mundos como una sombra errante.

La conductora de la línea Cementerio-Paraíso está segura de la importancia del trabajo que realiza, de la responsabilidad sagrada que atiende cada día, pues debe cumplir con todos los requisitos del ritual de tránsito sin escamotear un solo minuto al tiempo asignado por Crono para cada trayecto. Y lo cumple con la rigurosidad de la salida del Sol o la llegada puntual de la Luna nueva.

La conductora de la línea Cementerio-Paraíso siente una opresión espesa que exprime su corazón, porque no entiende el motivo por el que Zeus, el dueño de la empresa que la contrató hace ya tanto tiempo, prefiere fijarse en lo bien que le sienta el uniforme en lugar de reparar en el trabajo que ella realiza. Se ha enterado de que Zeus recompensa sus esfuerzos muy por debajo de la asignación que recibe Caronte, cuando ella ha demostrado con creces que sus capacidades son igual de buenas que las de su compañero del turno vespertino.

La conductora de la línea Cementerio-Paraíso ha decidido detener de forma indefinida su vehículo en la parada del lago Lete como muestra de protesta, en el distrito de Inframundo -a medio camino entre Cementerio y Paraíso- donde los usuarios que tienen el alma blanda pueden detenerse para borrar todos sus recuerdos. Los demás, los que no tienen el alma blanda, han elevado una queja contundente, porque si hay que hacer una pausa indefinida ellos prefieren que sea en Mnemósine, donde pueden beber las aguas del saber y de la consciencia eterna.

El lío monumental que se ha montado en Inframundo ha llegado a los oídos de Zeus, el dueño y señor de la empresa, que está escandalizado por el curso que han tomado los acontecimientos, con cientos de almas errando por Inframundo sin encontrar solución a su destino y miles haciendo cola en Cementerio, al principio de la línea. Está enfurecido y ha amenazado con abrir un expediente terrible a la conductora del primer turno del día de la línea Cementerio-Paraíso.

Sin embargo, ella está tranquila y totalmente dispuesta a persistir en su protesta durante toda la eternidad si hiciera falta, hasta conseguir el mismo trato, el mismo reconocimiento y la misma recompensa que recibe Caronte. Está convencida de que su exigencia es un asunto de justicia y teme con más intensidad las malas pasadas que le puede infligir su propia conciencia si cede, que a un jefe con el carácter de un dios enfurecido.

Carmen Barrios