domingo, 16 de diciembre de 2012

Una pesada carga


Pego un cuento que no es un cuento, casi es la pura realidad, que supera tantas veces la ficción que sobrecoge. Esta semana leí una noticia en el periódico que me dejó helada, muda, sin aliento. 

La noticia ha dado paso a este relato corto que cuenta la historia de una mujer joven que decidió traspasar, o la obligaron a ello (eso no lo contaba la información) miles de límites físicos y seguramente psíquicos. Ella hacía la función de transporte de cocaína, su cuerpo fragil de mujer de veinte años era el propio recipiente del transporte. 

Llegó al aeropuerto de Barcelona en muy malas condiciones, porque la cocaína ya había pasado a su sangre.

En este mundo hay personas que tienen que perder la propia vida para intentar tener una mínima oportunidad de vivir, y se arriesgan y se juegan todo a una carta: la del comercio más brutal, en la que solo ganan los de siempre. 

La fotografía que pego con el relato la hice en una calleja de Nápoles y muestra la figura maltratada de una mujer con los brazos abiertos, completamente entregada a un destino, ¿a cuál?


Este relato corto ha sido publicado también en la web: www.nuevatribuna.es en la sección de cultura.


Con los brazos abiertos





Una pesada carga

La mujer joven que parece un cadáver tiene el pelo castaño y los ojos brillantes, con ese tipo de brillo que empaña la mirada de los enfermos cuando la fiebre supera todas las previsiones. Sale del finger que une su avión con el vestíbulo de llegada al aeropuerto de Barcelona pasadas las seis de la mañana hora española, y camina como si su cuerpo pesara una tonelada, igual que un paquidermo de doscientos años, aunque es ligera y frágil como una hoja de violeta. Atraviesa la puerta y llega a la cola de control de pasaportes un poco encorvada, pero intentando esbozar una sonrisa fresca.

La mujer joven que parece un cadáver andante viene de Colombia y oculta una carga demasiado pesada para aguantar un vuelo transatlántico. Es la primera vez que sale de su pueblo, un lugar pantanoso a orillas del Amazonas en el que la vida de las mujeres pobres vale menos que una moneda que da vueltas en el aire.

La carga que lleva oculta es demasiado pesada para un cuerpo tan frágil. Pesa tanto, que la mujer policía que está al cargo de la fila del control de pasaportes se da cuenta de que el encorvamiento en el cuerpo de la mujer joven no es normal para su edad.

La policía del control de pasaportes tiene un ademán firme, como una figura de acero dentro de su uniforme azul y ve el miedo y la desesperación en el brillo que empaña la mirada de la mujer joven. La aparta de la fila y la lleva a un cuarto contiguo donde se hacen los registros reglamentarios.

El cuarto para el registro es un lugar frío y sin ventanas, en el que solo hay una silla desnuda y una especie de camilla cubierta con una sábana blanca de las que se usan en las consultas médicas. La mujer policía comienza su trabajo y nota como la mujer joven tirita sin control mientas le hace el cacheo reglamentario. Cuando la policía del uniforme azul pasa su mano por el contorno del pecho de la mujer joven percibe que tiene un dolor que supera todas las previsiones, un dolor que galopa desbocado por el cuerpo de la mujer joven, que afloja las rodillas y está a punto de caer sobre el pavimento.

La mujer joven que parece un cadáver tiene que ponerse derecha y es obligada a desvestirse. Lo hace muy despacio, porque casi no puede mover los brazos y desabrocha los botones de la blusa amplia que la cubre con una lentitud que impacienta a la policía del uniforme azul. La blusa cae al suelo y la policía que parece una figura de acero dentro de su uniforme azul ve que en la parte baja del sostén de la mujer joven se atisba una gasa empapada de un líquido viscoso y rojizo que tapa una herida sin cerrar. La mujer policía la conmina a quitarse el sostén y al levantar la gasa con mucho cuidado descubre con horror cómo una especie de rebaba de bolsa de plástico asoma por la boca de la herida sin cerrar bajo los pechos de la mujer joven.

La mujer joven que parece un cadáver andante mira a los ojos de la policía del uniforme azul y sabe que está muerta, todavía más muerta que antes de subirse a ese avión, porque no podrá entregar la pesada carga que transporta en su interior, un kilo y 180 gramos de cocaína pura guardada en unas bolsas que simulan unas prótesis mamarias ocultas bajo la carne de sus pechos.

Carmen Barrios