lunes, 22 de julio de 2013

El factor humano
























El título de esta entrada no es mío. "El factor humano" es el título de una de las novelas de espías que más me han gustado, obra del maestro Graham Greene. 

Lo he elegido porque, desde mi punto de vista, el factor humano puede resumir muchos de los acontecimientos recientes que están sucediendo en el mundo. Me refiero a hechos relacionados con las difusiones masivas de informaciones sensibles que afectan a la "seguridad" de los Estados y de los poderosos, como son los casos de las filtraciones de informaciones que hizo el soldado Manning y que se difundieron a través de Wikileaks, las revelaciones sobre evasores de impuestos y corrupción que hemos conocido gracias al ingeniero de sistemas Hervé Falciani, y lo más reciente: el tremendo asunto de los espionajes masivos que hemos conocido gracias al ex empleado de CIA y de la NSA Edward Snowden. 

El cuento que pego a continuación está inspirado en uno de estos casos y es un homenaje a estas personas, que arriesgan su vida para que los demás conozcamos lo que hay debajo. Afortunadamente lo que Greene llamaba "el factor humano" sigue intacto y no se puede controlar.

La fotografía que acompaña el cuento está realizada en una callejuela del barrio gótico de Barcelona, y le va asombrosamente bien a este texto. Entre el artista callejero que realizó esta intervención y yo ha habido una conexión inesperada y magnífica. 

Tanto el cuento como la fotografía están publicados también en la web de información www.nuevatribuna.es

EL HOMBRE DE LA FOTOGRAFÍA

El hombre de la fotografía tiene aspecto de estudiante en tránsito. Mira el mundo a través de unas gafas corrientes, de esas cuadraditas que utilizan las personas que están leyendo continuamente. Su rostro ha atravesado las puertas de las casas de todos los habitantes del planeta gracias a las pantallas de televisión y a las páginas de los periódicos, haciéndose tan conocido y reconocible que todo el mundo sabe cómo se llama y lo que ha hecho. 

No se puede decir que su cara sea especial, de esas que se recuerdan al primer golpe de vista. No. Sus facciones son bastante corrientes, de hecho si estuviera rodeado de gente no llamaría la atención, pasaría desapercibido como un tomate vulgar dentro de un cesto lleno de tomates vulgares. Seguramente, su aspecto corriente ayudó mucho a que le contrataran en el lugar del que se ha despedido.

Cuando se despidió de su trabajo dejó se ser como un tomate más del cesto, no por el hecho de despedirse, sino por las razones que le empujaron a ello. Sus razones dieron la vuelta al mundo en pocos minutos y los medios de comunicación hicieron del hombre de la fotografía una rareza de la especie, capaz de ser reconocido por cualquiera. Lo más paradójico es que se había entrenado durante años para ser invisible. Y lo había conseguido. Tenía dos identidades, la suya y otra identidad oculta encriptada dentro de un código secreto, tan secreto que su nombre era una clave de acceso: S-164265216. Pero algo comenzó a ir mal, tan mal que obligó al hombre de la fotografía a contar una parte de lo que sabe y difundirlo a los cuatro vientos.

La parte que contó ha llenado de inquietud a los mandatarios de su país, un país enorme, no solo por su tamaño, que lo tiene, sino por el miedo que infunde a los otros países, tanto si son sus aliados como si no lo son. Los mandatarios de los demás países también están inquietos, eso sí por distintas razones. Muchos ciudadanos del Planeta han reaccionado con indignación, porque de repente se han dado cuenta de que el Gran Hermano de Orwell ha dejado de ser una distopía de la noche a la mañana y se ha convertido en una radiografía de la realidad.

Lo que difundió a los cuatro vientos el hombre de la fotografía es que su país, ese gran país que en las películas de marcianos se identifica con el Planeta entero, espía a todo el mundo: a los aliados, a los enemigos, a los ciudadanos corrientes, a los que no lo son, a los delincuentes, a los terroristas, a los que no son delincuentes ni terroristas, a los menores de edad, a los mayores, a los ancianos, a los empleados, a los que están desempleados, a los que consumen, a los que beben, a los que fuman, a los que aman, a los que no…en fin, se han dado cuenta de que se espía hasta a los gatos gracias a los avances de la tecnología y a la colaboración inestimable de las empresas que se dedican a la comunicación. 

También se ha sabido que los aliados ayudan a espiar a ese gran país y además se espían entre ellos y son espiados a su vez, en una especie de locura planetaria de ojos y oídos que todo lo ven y todo lo escuchan. El hombre de la fotografía ha explicado que se guarda en enormes archivos informáticos hasta los pálpitos de los corazones de todos los habitantes de la Tierra.

S-164265216 sabía todas las cosas que ha decidido difundir a los cuatro vientos porque era una de las piezas del engranaje, formaba parte de los miles de trabajadores de los servicios de inteligencia de ese gran país. Su trabajo consistía en examinar todos los pálpitos para detectar las arritmias y lo que es peor, las posibles taquicardias.

Un día se dio cuenta que examinar todos esos pálpitos le estaba produciendo un nudo enorme en sus principios y decidió contar una parte de lo que sabe, porque él no podía vivir con ese barullo, permanentemente haciendo lo contrario de lo que dicta su conciencia.

Su identidad saltó a la fama y tuvo que darse a la fuga con toda celeridad, porque los mandatarios de su país le acusaron de traición a la patria y dictaron una orden internacional de busca y captura inmediata. Su rostro de estudiante en tránsito ocupó la escena mundial, igual que las fotografías de los malhechores de las películas de vaqueros aparecían pegadas hasta en la corteza del último árbol seco del desierto más perdido de Nuevo México, ocupando cada hueco disponible.

El hombre de la fotografía no es el primer caso de disidencia que sucede, desde el inicio de los tiempos muchos como él han sido capaces de poner al límite del abismo al poder de turno, porque los mandatarios, por mucho que se esfuercen, nunca han podido controlar el factor humano.

Los mandatarios tienen miedo, por eso se han esforzado tanto en acorralar a S, que se ha refugiado en una de esas salas de tránsito de los aeropuertos internacionales y lleva allí más de un mes. Afortunadamente es un lugar seguro, porque según una de las pocas normas que todos respetan esas salas son inviolables, funcionan como si fueran nuevos templos sagrados en los que se ponen a salvo las almas en tránsito.

El hombre de la fotografía no está solo. Miles y miles de disidentes, con un nudo enorme en sus principios, han decidido salir del cesto de los tomates y acudir a las salas de tránsito de los aeropuertos internacionales para contar lo que saben.

Los mandatarios del mundo están acorralados.