domingo, 20 de mayo de 2012

Tránsitos para una tarde de lluvia de mayo



La mujer del tranvía


La tarde está espesa en Madrid. Llueve un poco desaforadamente, pero no de forma continuada, sino con intervalos de intensidad en los que parece que el cielo se abre para que caiga la lluvia de una vez. Delante de mi ventana hay una nube negra, que acompaña el derroche de agua con un estruendo de truenos que estallan e invitan a la melancolía. Escucho de fondo el llanto del bebé de unos vecinos que lleva un buen rato desconsolado, ¿serán los truenos?. 


Escribiendo el poema que adjunto al final del texto he recordado una fotografía que hice hace un par de meses en Lisboa. Me ha venido a la memoria como una conexión dulce, que tenía que darse por sí misma, sin buscar demasiado en la memoria. Mientras fotografiaba uno de esos tranvías que traquetean de arriba abajo por una ciudad de calles empinadas imposibles, una mujer me miró desde dentro del vehículo, con una de esas miradas tristes, que solo pueden darse a través de la confusión de un cristal empañado por la fugacidad de un instante. Es una fotografía de tránsitos, de cruce de dos miradas que seguro no volverán a encontrarse. Por eso podría parecer una mirada de espejo, como si la mujer y yo fuésemos durante esos segundos fugaces la misma persona en tránsito. 


El poema también habla de tránsitos...los de la vida, los que nos llevan de acá para allá, movidas por impulsos de cambio, que en ocasiones parace que nos conducen muy lejos de nosotras mismas, pero cuando llegamos nos damos cuenta de que por fin nos hemos encontrado. La tenacidad de buscarse en el propio camino casi siempre tiene la recompensa de la consciencia.


Caminé
Caminé por un pasillo sin fondo,
caminé sin saber
si mi sombra estorbaba,
caminé sin esperar retorno.

Caminé suelta de mi propia mano,
caminé sin olvidar mi cuna,
caminé lenta
hasta completar el círculo de un plato de luna.

Caminé cosida a mi espalda,
sobre una hilera y del revés,
caminé haciendo equilibrio
sin que la derrota me arruinara los pies.

Caminé sin espera,
caminé sin resuello,
sin saliva en la garganta,
caminé para saber
hasta dónde alcanzaba mi ser.

domingo, 6 de mayo de 2012

Como siempre LA CALLE



Detrás de los barrotes

Como siempre LA CALLE. La calle me ayuda a imaginar, a pensar, a reflexionar sobre lo que nos sucede. Hace unos días paseaba por este Madrid que tanto quiero y me tropecé con esta obra de arte callejero, que es una metáfora de lo que nos sucede. 
Estamos ahí, contemplando la realidad, atónitos, tras los barrotes sin atrevernos a gritar a penas. 

Los "peperos" que nos gobiernan quieren mantenernos callados, sin permitirnos ni el recurso del pataleo. Quieren que permanezcamos ahí, calladitos tras los barrotes, observando con miedo la realidad, solo observando, como este niño con mirada de viejo que contempla a los transeuntes desde una ventana inexistente incrustada en el muro. Una ventana ciega, envuelta en una niebla pesada, como el papel de piedra.

Capturé la imagen y me sugirió este poema que pego a continuación:

Niebla
Una niebla pesada
como el papel de piedra
confunde los sentidos,
ciega la ilusión
y apaga el camino.

La calle amanece así
atónita,
escarchada de rostros
de pared fría,
de manos caídas,
de gargantas secas,
que no beben,
ni gritan,
ni reclaman.

La calle viaja ensimismada,
engullida,
embadurnada de absurdo
envuelta en una niebla pesada
como el papel de piedra.

También pego esta otra foto, que amplía la visión de conjunto de esta intervención urbana tan especial. Parece que el muchacho con mirada de viejo cansado se estuviera derritiendo ante nuestros ojos, consumiéndose ante la falta de expectativas, ante la negación y la imposibilidad de actuar.

Tenemos que dejar de observar y comenzar a actuar, para romper los barrotes de la inacción.