sábado, 7 de febrero de 2015

"Pienso, luego estorbo"

Pienso, luego estorbo



La participación es la esencia de la democracia. Sin abrir cauces de participación la democracia camina arrastras, está mermada, coja. Vivimos momentos en los que una parte grande de la sociedad reclama participación, queremos ser oídas y tenidas en cuenta. Eso es lo que queremos muchas y muchos, tantas que comenzamos a ser demasiadas para los cauces por los que algunos piensan que tiene que fluir el río de la democracia en España. Pero parece que las aguas están subiendo y pueden desbordarse. De eso va el cuento que subo al blog. 

Para escribir este cuento me inspiré en Gille, el hijo mediano de mi amiga Aida, que se atrevió a presentar en su instituto un programa revolucionario. Y es que a veces, la revolución se lleva en la sangre, se mama. También en las reivindicaciones del aula de mi hija en el cole, que estaban hartos del menú de los viernes y recogieron firmas para cambiarlo, eran alumnos y alumnas de primaria y se movieron por todo el colegio hasta conseguir cambiar el menú.Ni que decir tiene que la canción "El Gallo Rojo" la escucho desde pequeña, y que a mi me la cantaban mi madre y mi padre. La recuerdo desde los peroles cordobeses en el campo los fines de semana, allá por 1969/70...y hasta hoy. Pego el enlace por si alguien la quiere escuchar: www.youtube.com/watch?v=u7r24w3nAhA



La primera fotografía que lo ilustra la hice en la puerta del Sol, como no, uno de esos días en los que la gente se reunió para expresarse, y algunos jóvenes parece que lo tiene claro.La segunda la hice en una calle de Barcelona, esa ciudad que me enamora y que tiene grandes artistas callejeros.

La tercera la tomé en una calle de Venecia, uno de esos días de verano en los que mi hija y la hija de mi compañero decidieron dar rienda suelta a su alegría adolescente. Quiero subir esta fotografía porque derrocha fuerza, optimismo y ganas. Transmite alegría de vivir, que es uno de los ingredientes fundamentales para cambiar las cosas en una dirección en la que beneficie a la inmensa mayoría. 


Tanto el cuento como la fotografía han sido publicados también en la web: www.nuevatribuna.es en la sección de cultura. 
“EL GALLO ROJO”
Un gallo rojo orgulloso y expresivo exhibe su vibrante plumaje en el muro frontal del patio grande de la escuela. Los alumnos y los profesores se empujan para poder ver mejor los trazos detallados y perfectos que dotan al gallo rojo grabado en pared de una autenticidad sobrenatural. “Es una obra maestra”, se le escapa -en medio del silencio reverencial que se ha creado- al joven profesor de plástica, mientras se restriega los ojos con los nudillos como si necesitara cerciorarse de que lo que está viendo es real.
Nadie entra en las aulas, todos quieren observar con detalle la silueta del gallo rojo. El director del colegio, escoltado por los jefes de estudio y un grupo de alumnos pelotas y mamporreros, se abre paso con dificultad en medio del tumulto de chiquillería, para intentar que se deshaga la maraña y todos entren en las aulas a paso ligero. Pero no parece que vaya a ser una tarea fácil.
Desde el comienzo del curso, se fue dibujando con trazo suave pero firme una realidad de cambio en el ambiente, que tiene descolocada a la dirección de la escuela. Un viento de optimismo sin límite empuja a los estudiantes subidos con ímpetu a una ola que amenaza con inundar de propuestas novedosas los cimientos de la institución, que lleva más de treinta años aplicando un plan de estudios caduco, que ha dejado fuera de juego por sistema las iniciativas de los estudiantes. 
Un gallo en el muro de colores
 Los acontecimientos viajan a la velocidad del correcaminos mic, mic desde que se anunciaron elecciones escolares. La escuela vive momentos históricos casi al minuto, y se tiene la sensación de que ya se toca con la punta de la lengua un futuro que sabe a macarrones con chorizo.
Nadie entiende muy bien cómo sucedió, pero este año el alumnado comenzó con ganas: algo había cambiado de raíz. La señorita apatía, que se enroscaba en las cuestiones colectivas como las ramas de una enredadera haciendo de ellas un trámite insulso y aburrido, se esfumó de repente, engullida por una ilusión que brilla tanto como una fuente de colores bailando en un abrazo frenético con el viento del norte. Los pupitres de la escuela navegan por los pasillos como pequeños veleros impulsados por un temporal de ganas, que tiene a los chicos y a las chicas enfrascados en debates interminables sobre su futuro, eso sí, con una sonrisa enorme como una raja de sandía iluminando sus rostros.
Un día de finales octubre, que parecía de principios de verano, nació el colectivo “El Gallo Rojo” en medio de la algarabía del recreo de media mañana. Una alumna de segundo de primaria canturreaba una canción que aprendió de su madre mientras jugaba a rayuela: “cuando canta el gallo negro/ es que ya se acaba el día/ si cantara el gallo rojo/ otro gallo cantaría (…)”. Uno de cuarto que la escuchó, reflexionó en voz alta para quien quisiera enterarse: “Así somos nosotros, como el gallo rojo, el cole va a cambiar, porque es de todos y nos tienen que atender”. Y entre risas de caracola, saltos y toques de piedra con la punta de los pies surgió el nombre y la imagen de un grupo heterogéneo que mantiene desde ese momento a la dirección de la escuela y al equipo de los alumnos más disciplinados y pelotas navegando sin brújula y contra el viento.
El colectivo “El Gallo Rojo” fue tomando fuerza a base de escuchar, de abrir bien las orejas para atender las peticiones de los alumnos y las alumnas del centro, que se sintieron protagonistas de su propio futuro. Por primera vez en la historia de la escuela se elaboró un sencillo bloque de demandas en las que conviven propuestas realizadas por estudiantes de todas las edades, que van desde sustituir el aburrido potaje de los viernes, ¡¡puaajjjj!!, por unos sabrosos macarrones con chorizo, que pone a salivar sin freno las bocas de los niños y de las niñas de primaria, hasta colocar una máquina expendedora de preservativos en los pasillos que conducen a los lavabos, acompañada de un mural bien grande en la pared que explique cómo se colocan, porque como señaló con acierto una alumna de primero de instituto: “hay que prevenir los embarazos en este cole, que en mi clase ya van tres, las que han pinchado”. La lista incluyó también alguna que otra propuesta un poco más elevada, como la de poner en marcha un taller para aprender a navegar en globos aerostáticos, defendida con ardor por una de sus precursoras, con el argumento de que “si los humanos han pisado la Luna hace casi un siglo no veo porqué nosotras no podemos apreder a dar un simple paseo flotando por encima del patio del colegio, no tiene que ser algo tan complicado”. 
Alegría
 Pero la cuestión que trastornó del todo las cabezas de los inmovilistas del cuerpo directivo docente, y de algunos profesores a los que supera su propia incapacidad para comunicarse, fue la atrevida proposición de crear una comisión de evaluación de la calidad del trabajo del profesorado formada por los representantes de los alumnos, con capacidad para tomar decisiones.
El día en el que ha aparecido la hermosa silueta del gallo rojo, tatuada con genialidad en el muro frontal del patio grande, es el día en el que comienza una campaña electoral escolar preñada de esperanza para la inmensa mayoría de los alumnos y las alumnas de este cole, que resisten con alegría las presiones y los desatinos de todos aquellos para los que la palabra transformación es sinónimo de catástofre. Lo que se consiga aquí trasciende las fronteras de este micromundo, porque sobre la acción del colectivo “El Gallo Rojo” se han posado millones de ojos que aletean con brío como mariposas alegres, dispuestas a polinizar otras flores de participación y a fecundar multitud de matorrales de sensibilidad. Otras escuelas en distintos lugares prestan oídos, están repletas de seres que cada día iluminan con sus preguntas atrevidas y sus demandas utópicas el futuro de un mundo que necesita incluir todas las mentes chispeantes para continuar arando el camino.
Carmen Barrios