martes, 20 de diciembre de 2016

La Reina Maga

Manuela Corredera en un pleno del Ayuntamiento de Córdoba en 1980. Foto: Francisco Gónzalez/ Diario Córdoba

Escribí este texto en recuerdo de Manuela Corredera (Madrid, 1950- Córdoba, 2016), política, feminista, activista por los derechos sociales y humanos. Nacida en Madrid, pero afincada en la ciudad de Córdoba, donde fue concejala de servicios sociales y de limpieza por el PCE durante las dos primeras corporaciones democráticas. Puso en marcha un sistema se servicios sociales que sirvió de ejemplo a numerosos municipios de España. Manuela es mi tía, nos dejó el 25 de noviembre en Córdoba mientras se manifestaba contra las violencias machistas. Todas las personas que tuvimos la suerte de conocerla y compartir con ella parte de nuestras vidas no la olvidamos.

LA REINA MAGA
Dicen las crónicas que en la ciudad de Córdoba existió una Reina Maga. Una Reina Maga de verdad, de carne y hueso. Tan de verdad, que fumaba ducados subida en su carroza. Era tan auténtica que hizo que se materializasen sueños que parecían imposibles. Yo tuve la suerte de conocer muy bien a esa Reina Maga. La llevo en mis ojos. Cuando me miro en el espejo la veo sonreír desde la luna brillante de mis pupilas. Me tranquiliza mucho contemplar ahí dentro su rostro. Soy afortunada, llevar la sonrisa de una Reina Maga reflejada en el fondo de los ojos tiene el poder balsámico de conjurar la más amarga de las tristezas.
Los primeros recuerdos que tengo de ella no se si son míos o pertenecen al archivo de imágenes con olor a dulce de mantequilla, que guarda mi madre en una lata de galletas. Si destapo esa lata y despierto una de las fotografías que allí duermen, veo a mi Reina Maga en la incipiente adolescencia y antes de ser coronada, empujando mi sillita de bebé campo a través, a una velocidad que solo pueden alcanzar los seres sobrenaturales. En otra imagen, que ya está bastante malograda por el paso del tiempo y que se despereza entre mis dedos, mi reina juega a la gallinita ciega, rodeada de niñas y de niños pequeños como yo, un día de perol en la frontera del otoño del campo cordobés.
El tercer recuerdo que tengo de ella no duerme impreso sobre papel fotográfico. Está despierto en mi memoria, grabado a cámara lenta, y este sí que da medida del carácter indómito de una mujer que desafió la propia fuerza de la naturaleza con tan solo 18 años. Las paredes de la casa de mis padres se estremecían a bofetón de terremoto y el suelo se inclinaba haciendo temblar la vajilla y bailar con tino las copas colocadas en hilera sobre el aparador del salón. Mi padre corría de un lado para otro vociferando con apremio, que debíamos abandonar la casa cuanto antes, con mi hermano cogido en un brazo y conmigo en el otro, mi madre se aferraba a la cama sin querer moverse, presa de un pavor atávico a los movimientos telúricos. Mi Reina Maga, en cambio, buscaba su capa y sus medias nuevas de cristal, con una calma solo reservada a los seres fabulosos, capaces de concentrarse y apartar el miedo a un lado, aunque la tierra haya decidido estremecerse debajo de sus pies.
Pasaron los años y por fin mi reina fue coronada como Reina Maga, fue durante unas navidades ganadas a la historia para honrar una memoria rebelde, que brilla con rostro de mujer. Comenzó repartiendo esperanza subida a su carroza allá por 1979, primero en forma de lluvia dulce con sabor a caramelo y después con la varita mágica de la acción política. Cuentan las crónicas que no lo tuvo fácil.
El primer día que se subió a su carroza la tiraron proyectiles con hedor a naranja pocha. Eran personas instaladas en el pasado, que tenían un miedo atroz al liderazgo de las mujeres; seres grises y de rostro opaco, que olían a humedad de sacristía y arrastraban aún las faldas de una sotana pesada y negra, un lastre cosido a la piel de esta tierra durante cuarenta años, que no las dejaba caminar aún por la calle ancha y luminosa de la democracia. Ella no se arredró. Las enfrentó con elegancia prodigiosa.
No contaban con que no hay obstáculos que una Reina Maga y republicana no pueda superar si se lo propone. Pues no hay empresa que se resista al poder extraordinario que son capaces de desplegar las mujeres rojas, que visten los colores de la osadía. Convirtió esas naranjas lanzadas para hacer daño en flores blancas de azahar, inaugurando un periodo especial de la historia democrática de la ciudad de Córdoba, en el que supo utilizar el arte y la magia de la política para desplegar utopías, que se pudieron materializar al fin sobre la palma de la mano de muchos de los habitantes de esta ciudad.
Mi Reina Maga es de verdad, de carne y hueso, fuma ducados. Se llama Manuela Corredera y fue la impulsora de los servicios sociales municipales en la ciudad de Córdoba, donde tejió redes de esperanza y puso cimientos de derechos y de solidaridad que perduran.
Mi Reina Maga, mi Manuela, se ha vuelto intemporal, su memoria fluye de una mente a otra como un río de manos que acarician y que no se detienen. Visita plazas llenas de feministas activas que luchan para detener violencias, casas de gentes que resisten desahucios, visita marchas de la dignidad, también caminos alegres de senderistas, mesas de juegos en tardes de domingo y escenarios improvisados de teatro. Visita, como no, los cuartos repletos de sueños de sus nietos y cada uno de los recodos de la memoria de todas las personas que la amamos sin límite.
Mi Reina Maga se llama Manuela Corredera, fue de carne y hueso, fumaba ducados y ahora es un ser sobrenatural.
Carmen Barrios Corredera