lunes, 4 de noviembre de 2019

FEMINISMO O BARBARIE





FEMINISMO O BARBARIE
Sonia Vivas dijo en una entrevista que el feminismo es una playa a la que llegamos muchas mujeres tras un naufragio, llenas de algas y agarradas a un tablón para salvar la vida. Esa playa está ya llena de mujeres que llegaron antes en condiciones iguales, mejores, o peores a las nuestras. Allí nos encontramos todas, nos reconocemos y nos damos el abrazo sororo que nos hace fuertes a todas juntas.
Coincido con Vivas. Para mi el feminismo es un lugar de encuentro, un espacio grande en el que dialogamos unas con otras para cambiar una realidad opresiva que nos afecta a todas de un modo u otro, una realidad opresiva que se llama patriarcado y que nos construye, y nos agrede, desde la más tierna infancia.
El patriarcado es el sistema, no cualquier sistema, sino el sistema, del que emana todo. Da igual el sistema económico, religioso o social, da igual el lugar del mundo en el que habitemos, el patriarcado es el sistema cultural y “educativo” en el que todas y todos nos socializamos. Un sistema que asigna roles, formas de conducta a las mujeres y a los hombres desde su nacimiento, un sistema que formaliza una realidad compartida y extendida, que asegura una situación de privilegio para los hombres, y por tanto de dominio de estos, sobre más de la mitad de la población del planeta que somos las mujeres.
El patriarcado se construye cultural y educativamente desde el propio lenguaje, con palabras que nombran y asignan, con frases que elaboran conductas. Con fórmulas que resaltan un género sobre el otro, de tal manera que lo “normal” es nombrar en masculino, dejando el femenino oculto, borrando a las mujeres de las acciones de la cotidianidad.
El patriarcado se construye ocultando para la historia la acción de las mujeres, y su valor en la aportación de conocimiento, arte, literatura, ciencia o luchas en la consecución de revoluciones o hitos históricos. Las dos revoluciones sociales más grandes que ha vivido la historia de la humanidad, la francesa y la rusa, la iniciaron y protagonizaron las mujeres como colectivo social que propicia el cambio con su hartazgo y siempre se oculta su participación bajo “nombres” y “protagonistas” masculinos.
Por eso las mujeres estamos obligadas a contar nuestro propio relato y a analizar la posición que ocupamos en la sociedad para cambiar el paradigma. Es muy importante comprender esta realidad, identificar a la perfección aquello que nos acogota y nos subyuga, para poder entender la importancia de la revolución total, del cambio radical, que significa construir una sociedad feminista.
El patriarcado ha perfeccionado sus herramientas de dominio a lo largo de los siglos. En la fase evolutiva actual en la que nos encontramos, el patriarcado tiene en la herramienta del capitalismo su mejor arma, un arma tan desarrollada y tan brutal que puede alcanzar un éxito tan elevado que termine con la vida en este planeta. Se tragará a la Gran Madre si no lo frenamos.
El patriarcado es jerárquico, privativo, individual, se basa en el yo, por eso ha abrazado el capitalismo como herramienta, se retroalimentan. El capitalismo en su forma actual ha inoculado en las sociedades el virus del individualismo, queriendo extirpar lo colectivo o cualquier tipo de organización social. Y aquí es donde choca de forma frontal con nosotras, las mujeres. Aquí es donde hemos empezado muchas a tirarnos a nado para llegar a esa playa sorora llena de hermanas, que es el feminismo.

Nosotras queremos construir una sociedad inclusiva, de reparto, una sociedad que ponga lo colectivo en el centro, la vida en el centro, por encima de lo individual, en donde las personas, los animales, las plantas, cualquier brizna de vida en esta tierra no sean objeto de venta, lucro o de especulación. Porque es aquí donde ha llegado este patriarcado capitalista, a considerar objeto de lucho, venta o especulación cualquier pequeño hilo de vida sobre esta tierra. Y eso nos afecta de lleno a las mujeres, va contra nuestra propia vida, igual que va contra la vida en el Planeta.
El patriarcado y el capitalismo explotan hombres y mujeres, explotan la vida y oprimen a ambos. Basado en la desigualdad de género las mujeres sufren un extra de explotación en favor del servicio a los hombres y al total de la sociedad, que no computa, a través de roles laborales y sociales asumidos por ambos géneros. Las mujeres pagan incluso con sus propios cuerpos y la generación de la vida entendidos como mercancías, generando recortes de derechos en ellas y privilegios en ellos con el fin de garantizar la continuidad del “sistema”.
Las mujeres somos el peldaño más bajo de las relaciones de poder y por tanto también ocupamos un estrato inferior en la escala del reparto económico. Somos mano de obra baratísima, somos objetos sobre los que especular, se nos saca rendimiento económico hasta cuando somos ancianas, porque durante toda nuestra existencia, y en cualquier sociedad, mantenemos el estado de los cuidados hasta el fin de nuestras vidas, ahorrando al patriarcado capitalista ese salario de los cuidados por el que nunca somos retribuidas, ni atendidas.
De esta desventaja vital -aprendida y normalizada- que significa el patriarcado, derivan todas las violencias que sufrimos. Como partimos de una base de infravaloración social, tenemos muchas más posibilidades de naufragio que los hombres.
En la mansión del patriarcado somos objetos, somos cosas, según sus parámetros estamos ahí para satisfacer deseos, queramos o no, seamos conscientes o no. El patriarcado expresa su poder con violencia y se defiende con violencia sobre los cuerpos de la mujeres. En tiempos de guerra, los cuerpos se la mujeres forman parte del campo de batalla, de tal manera que las violaciones, castraciones, mutilaciones y asesinatos de mujeres y niñas forman parte del curso “real” de los acontecimientos. En tiempos de paz los cuerpos de las mujeres forman parte del comercio y de las cuentas de resultados. Ejércitos de mujeres y niñas son prostituidas y trasladadas de un lugar a otro del planeta para satisfacer los deseos inmediatos de los varones que puedan pagarlo. Ejércitos de mujeres y niñas pobres de los países pobres son usadas como meros úteros fértiles para conseguir bebés para el comercio para satisfacer los deseos de las familias ricas de los países ricos. Ejércitos de mujeres y niñas son tratadas como mano de obra baratísimas en miles de plantas textiles cobrando un dólar diario en Asia y América latina tal como sucedía hace ya más de un siglo, y cuando salen de sus empleos les queda la tarea del trabajo doméstico. Ejércitos de mujeres trabajan en el primer mundo en la economía de los servicios con salarios de pobreza y en sus casas diariamente totalmente gratis.
Insisto en este punto porque es una diferencia muy clara con la parte masculina de la sociedad. Ellos son explotados en sus trabajos, sí, ninguneados, sí, presos de salarios de pobreza también, porque el patriarcado capitalista es jerárquico, competitivo e individualista, y quiere terminar con los derechos de todos, y a ellos eso les oprime también; pero cuando por fin salen de sus empleos y llegan a sus casas, lo normal es que se conviertan en explotadores, conscientes o no, de sus parejas, hijas, madres o hermanas. La desigualdad, la desvalorización y la violencia están servidas. Luchamos para cambiar estas realidades.
Cuando por fin llegamos a la playa del feminismo nos ponemos de pie y miramos erguidas el mundo que nos rodea. Todas juntas nos hacemos fuertes unas a otras. Somos algo más de la mitad de la población del planeta. Algunas dicen que nos encontramos en la cuarta ola del feminismo, una ola gigante, que tenemos que conseguir convertir en un tsunami que termine con el patriarcado. Esta vez no podemos fallar. Feminismo o barbarie, no hay más tiempo. La tierra nos espera hermanas, o cambiamos esto o sucumbimos con la Gran Madre.

Carmen Barrios Corredera, escritora. Candidata al Senado por Madrid por Unidas Podemos.
*Agradezco las aportaciones de Elena Sevillano y Raquel Carrasco, así como las enseñanzas de Sonia Vivas, para que este artículo tenga una mejor comprensión. ¡Gracias hermanas!

Este artículo también ha sido publicado en la web Asamblea Digital.

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