"Cuerpos", Ilustración/ Javier Castarnado |
Dejo este relato erótico/poético con una ilustración de mi amigo Javier Castarnado para animar las tardes de verano. Tanto el relato como la ilustración formarán parte de un libro de relatos eróticos que hemos compuesto Cas y yo en un bello diálogo entre los trazos de su plumín y mis palabras de colores.
Esperamos que "De palabras como lenguas en tu boca" (que así se titulará el libro) vea la luz en otoño.
Tanto el relato como la ilustración han sido publicados en la web Nueva Tribuna
OJOS DE ARENA
Toda
la arena del desierto está dibujada dentro de sus ojos. Acaparan todo un
infinito de dunas móviles que los observan con pasión terrestre y ancestral,
como solo la tierra cálida de una frontera donde la vida parece imposible es
capaz de ver y de alojar dos cuerpos palpitantes que se aman.
Cuando
ella le mira, se ve allí dentro, contoneándose sinuosa, como en una micro
imagen de película, ve su propio cuerpo redondeado por la luz rojiza del sol
que ya muere de placer, a punto de esconderse por la línea del horizonte, un
sol caliente de desierto, casi trenzado ya en luna fría, que ilumina su cuerpo
esbozado en curvas de luz, en claro oscuro, reflejadas en sus pupilas de arena,
su cuerpo maduro, su cuerpo carnoso, rotundo, torneado, sus pecho llenos,
escandalosamente llenos, sus nalgas lunares, el contorno de su cintura claro,
esférico, preparado para recibir sus manos, esas manos tan esperadas, cada día
tan deseadas, tan anheladas al caer el sol desde hace siete días… unas manos
tan ansiadas que casi duelen cuando llegan a penetrar entre sus muslos, y la
acarician esos dedos húmedos, esa boca salivante, esos los labios resbaladizos
de aceite de pasión nocturna, que rompen la frontera del dolor de amor
frenético, para llegar al centro del placer, del exquisito placer que se rompe
en la silueta de un horizonte de dunas que se mueven al vaivén que marcan sus
cuerpos trenzados.
Llevan
siete días buscándose desesperados al atardecer, al llegar el ocaso ellos
renacen, florecen como dos fieras de luz cada uno en las manos del otro, en las
bocas del otro, en el sexo del otro, en las piernas, el cuello, el tacto, los
cabellos, la barba -suave y áspera a la vez- sobre sus pechos, sus cabezas se
confunden, sus ojos fijos se confunden…y ella se ve allí, reflejada, como una estampa
en silueta, dibujada en líneas ágiles de plumín sobre la arena del desierto.
El
desierto, la inmensidad de la luz, la densidad del ocaso, la grandeza del
infinito de arena que los baña cada anochecer desde hace siete días.
No
hay viento, solo la calidez del aliento en las partes más sensibles hace que la
temperatura de los cuerpos varíe… la noche del desierto es fría en primavera
cuando el sol se oculta, el raso baña los cuerpos de ambos y el calor de las
palmas de las manos estampa los poros de la piel con dibujos imaginarios de
siluetas de dedos o de bocas, con marcas de piernas que atrapan y caderas que
empujan para estar dentro, cada vez más dentro, cada vez más cerca, cada vez
más uno…
Siete
días recorriendo la espesura del pubis de su amante con la boca, jugando con
los labios con la fragancia del bello, y provocando escalofríos suaves, que se
convierten en latigazos cuando ella culmina su caricia en la parte más
redondeada e inflamada de todo su extremo en llamas…ella le mira, levanta los
párpados, fija sus pupilas para verle gozar y se encuentra de nuevo a sí misma
ahí dentro de sus ojos de arena, reflejada como la silueta de una tea
radicante.
Siete
días saboreando las marcas de saliva en el perfil de la arena, mientras
perciben como se va modificando el paisaje a su alrededor, como si las dunas
tuvieran envidia de sus cuerpos enramados, envidia arenosa y ancestral de la
libertad que describen sus movimientos mientras danzan con pasión sobre el
lecho de arena.
Las
dunas comienzan a tomar vida, y vibran en espejo, son dos cuerpos gigantes que
escancian toneladas de lágrimas de polvo del desierto que se va decantando en
el horizonte con las formas recortadas de dos cuerpos que se aman, cada día
desde hace siete al caer el sol, en los brazos de una luna llena de lascivia y
de vida.
Las
dunas toman vida y los atrapan, envuelven a los amantes que se miran mientras
sus cuerpos vibran por última vez, entrelazados, plenos para siempre,
fulgurantes como una estrella, y ella se ve otra vez reflejada en los ojos de
él, por un tiempo infinito, mientras se los traga una nube inmensa de polvo que
los hace suyos para la eternidad.
Los
bellos hombres azules cuentan, que al caer el sol, los últimos siete días de la
primavera, se pueden ver las siluetas de dos cuerpos gigantes entrelazados en
el color cálido y rojizo de las dunas móviles del desierto. Una mujer tendida
boca arriba es acariciada por un hombre que da la espalda al horizonte, ambos se
desvanecen cada atardecer los últimos siete días de cada primavera.
Carmen Barrios Corredera, julio de 2019
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