Ilustración: Kastarnado |
La imaginación fluye. Surgen imágenes en forma de palabras que vuelven a convertirse en imágenes de la mano de un dibujante. He recuperado a mi amigo Kastarnado después de muchos años de ausencia. La vida es curiosa y nos ha juntado de nuevo para crear juntos, para darle una oportunidad a la belleza de la mano de Eros. Kas es fotógrafo como yo, creo que antes que nada, como yo, pero le apasiona dibujar, igual que a mi me apasiona escribir. Dibuja con trazos delicados cantando a la vida. Estamos trabajando juntos un proyecto que espero vea la luz en otoño. Un libro de relatos eróticos ilustrados que nos divierte mucho a ambos. Va uno de los relatos para abrir boca.
Este relato con su ilustración ha sido publicado también en la web Nueva Tribuna: https://www.nuevatribuna.es/articulo/cultura---ocio/relatos-eroticos-juegos-circo-carmenbarrios/20190508170947162490.html
Juegos de circo
La arena del circo está vacía. Un solo
foco ilumina la parte central de la pista. Claudia tiene ganas de ensayar sus
habilidades de bailarina resuelta en brisa. Le gusta sentir el columpio del
trapecio para ella, asirse a él con dominio y experimentar la seguridad de su
cuerpo bien entrenado. Sabe que es un juego peligroso columpiarse sola. No le
importa, el riesgo dispara su corazón, que salta como un tapón a presión
desbordado por el gas de la adrenalina, tonificando su musculatura hasta volverla
flexible e indómita como la armadura de una felina perfecta.
Esta noche es especial. En el globo de
la carpa del circo hay un ojo abierto por el que se vislumbra una luna llena
magnífica, grande y roja, una luna fabulosa, que la turba con su luz y lleva su
imaginación a componer danzas libertinas en el aire con su compañero habitual
de trapecio.
Se sube al columpio y comienza a
oscilar de un lado a otro recibiendo el viento entre los cabellos. Suelta sus
manos, se cuelga de las piernas boca abajo con los brazos abiertos y recibe la
noche dulce y tibia toda para ella. Sus pechos caen por efecto de la bendita gravedad
y asoman con osadía por encima de la malla. Los nota casi libres, tan libres
como todo su cuerpo flotando de un lado a otro al amparo de la brisa nocturna.
Separa un poco las piernas y alcanza sus labios más íntimos con los dedos
humedecidos de saliva, se frota con cadencia sinuosa y resbaladiza, con la
delicadeza de una serpiente blanca mientras se columpia. La sangre se agolpa en
su cabeza, mientras permanece boca abajo y sigue jugando con los dedos entre
sus pliegues interiores, provocando que su cuerpo comience a responder haciendo
manar fluidos lúbricos. Una incandescente excitación inunda cada poro de su
piel con una gota de humedad, que la hace brillar a la luz de la noche roja
lunar como una antorcha de púrpura en medio de un festín medieval.
Está tan concentrada en su propio
placer que no ve que otro columpio se cruza con el suyo.
Como si lo hubiera convocado con su
mente, su compañero de trapecio se cruza con ella dos veces antes de colocarse
boca abajo hasta conseguir asirla y elevarla en el aire sacándola de su goce
íntimo y propio por unos momentos. La columpia varias veces hasta atraerla
hacia sí y alojar en ella su lengua por completo, succionando sus labios en un
beso inesperado de ventosa de carne, que funde a ambos como si les prendiera la
llama que sale por la boca de un comedor de fuego.
Ella ha ido parando el columpio con su
cuerpo poco a poco. Cuando están preparados, saltan abrazados sobre la cama
elástica, haciendo figuras increíbles mientras se despojan de las mayas, para
quedar desnudos con los cuerpos pegados y enlazados en saltos fantásticos, sicalípticos,
voluptuosos, describiendo un doble tirabuzón que supera cualquier expectativa
visual o física.
En cada salto dibujan una posición
distinta, de forma que sus figuras entrelazadas parecen una sola, dotada de
cuatro piernas trenzadas, cuatro manos que acarician enrolladas como lianas
selváticas hasta perder la noción de donde comienza una y termina otra, dos
cabezas situadas en lugares inverosímiles, con sus lenguas que chupan los rincones
más fronterizos, impenetrables e imposibles de cada uno de los cuerpos, sin acusar
descanso ni aceptar consuelo…para rebotar una y otra vez sin freno, cada vez
más rápido, cada vez más alto, cada vez más frenético, más salvaje, hasta salir
propulsados como el hombre bala por la claraboya de la carpa del circo y llegar
a fundirse con esa luna llena roja y animal, que los atrae y los acoge con toda
la envidia bárbara, que puede atesorar un cuerpo celeste hermoso y singular,
pero totalmente solitario.
Carmen Barrios Corredera, mayo 2019
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