jueves, 23 de agosto de 2018

La bañera



Baño en el fiordo de Dalvík

Subo el tercero de un conjunto de relatos eróticos que voy componiendo este verano. Este es un poco fantástico, jejejeje, y hasta disparatado...pero en los fiordos del norte de Islandia puede suceder cualquier cosa...lo aseguro...y el final del verano puede ser insperado y loco.

La fotografía que acompaña el relato la realicé una tarde de agosto, hace pocos días. Una de las costumbres de Islandia es la de compartir un buen baño caliente en cuelquier sitio. Esta bañera comunitaria estaba al borde del fiordo de Dalvík, cerca de Akureiri -la segunda ciudad más grande de Islandia-. El agua estaba a 41 grados, fuera hacía seis, en pleno agosto. La costumbre es meterse en la bañera y compartir un calido baño al aterdecer con amigos o vecinos, charlan hasta que se les arruga la piel y dejan sitio a otros. 
Tomé varias fotos. La imaginación ha hecho el resto.

La bañera

La luz del atardecer descomponía el paisaje del fiordo. La bañera caliente al borde del mar estaba vacía. El agua tenía una temperatura fabulosa, 41 grados, que contrastaba con el frío de los primeros días de septiembre, tres grados a las siete de la tarde. Se quitó la ropa muy deprisa y se metió dentro del agua.

Le encantaba ver cómo desaparecía el día mirando el canal de salida del fiordo de Dalvík, que se abrazaba al mar infinito en una suerte sucesiva de vaivenes de las olas. La luz era perfecta, acaramelada y envolvente a pesar del frío intenso, y el calor del agua comenzó a subir el tono de sus poros. Estaba relajada, vencida por el sopor que le causaba la calidez del agua al final del día. Sus pechos flotaban complacidos, eran redondos y grandes. Comenzó a acariciarse con un suave roce de los dedos, casi imperceptible, pero constante. Estaba ensimismada con las posibilidades de su cuerpo, siempre le sorprendía la respuesta de su piel al tacto suave, cuando escuchó pasos a su espalda.

No volvió la cabeza para ver quien era. Estaba segura de que era él. El ser con el que llevaba compartiendo esos baños al atardecer desde hacía una semana. La cadencia se sus movimientos le delataba. Escuchó con atención como se iba despojando de sus prendas en silencio, primero oyó caer las botas, después los pantalones, y más tarde un pesado gabán.
Le intuía desnudo a su espalda. No se movió un milímetro para mirarle. Una excitación extraña, impetuosa y salvaje inundaba sus sentidos al notar su presencia tan cerca.

Él era delgado, tenía unas manos acogedoras y hábiles, y una lengua que llegaba a cualquier parte de su cuerpo. Sintió las manos de él apoderarse de sus pechos por detrás, sin decidirse todavía a entrar en el agua a compartir con ella la bañera caliente. Mientras se los amasaba y presionaba sus pezones erizados entre sus dedos sintió su lengua chupar su cuello, su lengua larga, prodigiosa, que se enroscaba al rededor y descendía resbaladiza por el canalillo firme de sus pechos hasta encontrar un hueco suave y líquido por el que colarse entre los labios de su sexo.

Poco a poco, mientras friccionaba con su lengua la parte más delicada y sensible de su ser, iba oprimiendo su cuello, de tal manera que en ocasiones parecía que le faltaba un poco el aire. La excitación iba subiendo a medida que él aflojaba o tensaba su lengua, a la vez que masajeaba el montículo delicado y cada vez más erguido entre sus labios. Cuando estaba a punto de explotar o de asfixiarse, él cedía la tensión, y ella se quedaba en el filo del máximo placer sin alcanzarlo del todo, mientras respiraba hondo para entregarse a otra nueva embestida.

De repente, cuando estaba rendida a este juego fatal, él desenroscó su lengua prodigiosa y se zambulló en el agua como una criatura dotada de secretos indescriptibles para el placer. A ella le daba la sensación de que él era en sí mismo un ser nacido para proporcionar goce y sentido a su cuerpo, hasta hacerlo latir sin freno, como una locomotora enloquecida que ha salido de los raíles que tenía marcados sin remedio.

El agua caliente compensaba el frío de la noche, que ya oscurecía por completo la silueta del escenario fantástico del fondo del fiordo. Se sentía confiada, plena, como si se encontrara en el interior de un útero meloso, a expensas de las caricias redondas que él le proporcionaba. Notó como las manos de él le separaban los muslos lo suficiente para poder meter su cabeza dentro del agua hasta pegar los labios haciendo ventosa en el pórtico de su sexo. La lengua salía y entraba en su hendidura enrojecida cada vez más rápido, cada vez más dentro, hasta casi llevarla a gritar de la emoción, pero no del todo. Él era un maestro en colocar su cuerpo al límite del precipicio de la excitación extrema sin dejarla caer en la plenitud del placer así como así.

El ser dotado de una lengua sobrehumana sacó su espléndida cabeza del agua y la besó con fiebre, la comió la boca, los labios, la lengua, la succionó el cuello con ansias de vampiro, mientras la sentaba sobre su sexo erecto, riguroso, un punto inhumano, resbaladizo como un tobogán de miel, sin llegar a permitir que el cuerpo de ella abrazara por completo la totalidad de su miembro.

La fue empujando sobre sí mismo poco a poco, hasta que ella notó una plenitud al límite de lo soportable. Estaba llena. Llena de él, cuando volvió a sentir su lengua prodigiosa rodear otra vez su cuello y descender a lo largo de su espalda hasta introducirse de forma exquisita en el anillo interior revestido por sus nalgas carnosas de mujer plena.

Él se movía con ritmo, practicando un baile álgido, denso, líquido, diestro, cuajado de lengua y de sexo, aflojando o acentuando la presión sobre su cuello, sobre sus pechos, sobre su sexo, toda ella entrando y saliendo de la bañera, entrando y saliendo del frío al calor, del calor al frío, abrazando con sus entrañas la lengua y el sexo de él, en un juego que se prolongó hasta llevarla a derramarse con fuerza, haciendo rebosar la bañera, mientras él terminaba de penetrarla emitiendo un sonido exaltado, de lujuria gutural, propio de un animal salvaje en pleno celo, que retumbó en el fondo del fiordo provocando que delfines y ballenas respondieran a coro. 

Carmen Barrios Corredera, 23 de agosto.

*Este relato también puede leerse en la sección cultura de www.nuevatribuna.es

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