martes, 15 de mayo de 2018

La carta. Relato de una protesta protagonizada por mujeres en 1962.




Corre, corre, corre...


El 15 de mayo de 1962 un grupo de cinco mujeres madrileñas convocó en la Puerta del Sol de Madrid una concentración de protesta, que fue la primera manifestación de mujeres, y convocada por mujeres, desde el final de la Guerra Civil. Protestaron en solidaridad con las mujeres asturianas que estaban apoyando las huelgas de la minería y que el régimen franquista estaba reprimiendo con brutalidad. Para recordar este suceso, escribí un relato titulado La Carta que forma parte del libro Rojas. Relatos de mujeres luchadoras. (Utopía Libros, octubre de 2016).
Han pasado 46 años de aquella acción que se conoce poco. Las mujeres de Madrid volvemos a estar en luchas diversas, por nuestros derechos con multitudinarias manifestaciones feministas como la del 8M o contra sentencias machistas como la de La manda que nos sonroja y nos subleva. También nos manifestamos por derechos de trabajo digno, como lo hacen las Espartanas de Coca-Cola en Lucha, Las Kelys o las empleadas de Inditex, también por las pensiones justas, o por la sanidad y la educación públicas de calidad.
Las mujeres del Madrid del siglo XXI seguimos saliendo a las calles de esta ciudad que amamos para reclamar derechos y no lo vamos a dejar de hacer hasta conseguir lo que perseguimos, que no es otra cosa que dignidad, justicia y la mitad de todo. Seguimos queriendo el pan y las rosas.
He pensado en celebrar este 15 de mayo de 2108 (fiesta de Madrid) recordando a aquellas mujeres que llenaron la Puerta del Sol un 15 de mayo de 1962. Porque fueron, somos, las debemos mucho.  El cuento de La Carta es un homenaje a todas las luchadoras que se pasean por nuestras calles y las llenan con sus gritos de protesta, a todas esas mujeres que se plantan para mejorar la vida de todas y de todos, que son anónimas, pero que verdaderamente son las que construyen la historia, las que tejen con sus pasos decididos cambios fundamentales y avances para la vida de todas. Para ellas, para nosotras, para mí misma, ahí va este relato:

La carta
Tenían motivos para intentar algo. Eso pensaban ellas. Ana, Carola y Gabriela decidieron una tarde que había que hacer algo. “Tenemos que escribir una carta –dijo una de ellas– una carta que explique con claridad lo que está sucediendo, una carta que eleve sus frases de protesta hasta la Luna, que mueva los cimientos de esta España sorda, muda, estática, una carta que convoque a todas las mujeres en la plaza más céntrica del centro de este país secuestrado por el miedo, una carta que llene la mismísima Puerta del Sol y a plena luz del día, que para eso es el cruce de los caminos de la historia de nuestra tierra, una carta que ponga a estos cabrones en evidencia y que arrope a las mujeres asturianas que resisten”.
Sí, era necesario hacerlo por ellas, por las mujeres de los mineros asturianos en huelga. “Por ellas, las asturianas, –continuó otra– por las mujeres de los mineros, por ellas, que están en la lucha, que sabrán de nuestra carta y sentirán que no están solas. Eso es lo que tenemos que hacer…, por ellas, por nosotras, para que se sepa que las mujeres existimos y que luchamos y que contamos y que estamos ahí, que no somos invisibles, ni pasivas… ¿Qué os parece?”.
Y a todas, a las tres que compartían ese momento, Gabriela, Ana y Carola, a ellas tres les pareció muy bien, y también a Gloria y a Eva, que se enteraron después y entre todas decidieron que había que realizar una acción directa: escribir una carta para convocar una manifestación, una concentración de protesta y en solidaridad con las mujeres de los mineros asturianos que estaban siendo brutalmente reprimidas…
“Que se comenta en los círculos del Partido que están yendo a por las mujeres, que los mineros están en huelga, sí, pero de ellas, de las mujeres se habla menos, y ellas están manteniendo también una lucha heroica asistiendo a los piquetes con palos y pimienta, como el que más, movilizando a todos, y se las menta poco. Ellas, la mujeres de los mineros hacen las colectas, se organizan para que nada falte, recaudan fondos, no se quejan y pelean, y sacan los hijos adelante, y cocinan ollas comunes para que todo el mundo coma y sobreviva, que la policía sabe que hay que debilitarlas, que la lucha y la huelga también se sustenta gracias a ellas, y como lo saben pues han comenzado a perseguirlas, que las están maltratando, y torturando, que dicen que a una de ellas le han dado una paliza brutal, y que a otras dos las han rapado la cabeza, las han paseado por Oviedo con un pañueluco para taparles el desaguisado en un estado lamentable, como cuando la guerra, que quieren meter miedo a las mujeres y a los mineros, y a toda la gente… como aviso, el miedo como aviso de lo que le puede pasar a cualquiera que proteste o que exija lo que es justo, y tenemos que hacer algo…”.
Y vaya si lo hicieron. Era finales de abril de 1962. Las huelgas de mineros en el Norte se sucedían desde primeros de abril, cuando despidieron de la cuenca de Mieres a siete mineros por reclamar condiciones dignas de trabajo, y seguridad –que se jugaban la vida cada hora– y subidas salariales, sí, y el ambiente se cortaba. La Gran Huelga de la Primavera de 1962, la bautizaron después. La presión era grande y los periódicos no publicaban nada, o casi nada dentro de España, que no así fuera de nuestras fronteras, en Francia, Bélgica, Italia, Suecia o Inglaterra, donde los grandes diarios sí se hicieron eco, porque además en algunos países europeos también había huelgas en la minería en esos momentos y se solidarizaban con lo que pasaba en España y criticaban la represión que había aquí. Y en España se silenciaba todo, pero a pesar de eso, del silencio, en España la gente sabía que algo gordo pasaba, quién más o quién menos tenía algún familiar, algún conocido en Asturias y las noticias corrían de boca en boca y con medias palabras, casi sin nombrar los acontecimientos, porque el miedo era real, se palpaba y la mayoría pasaba de puntillas, sí, porque había mucho miedo, pero las huelgas existían, la lucha era cierta, y su eco llegaba lejos, muy lejos, también la represión, y el miedo, y se callaba, y se callaba, y se callaba…, también se gritaba, para dentro y para fuera, se gritaba de una forma muda, atronadoramente muda, desgarrada.
“Y es que entre los que saben y no cuentan y los que prefieren no saber, pues así pasa, que no pasa nada, y las maltratan impunemente y las pegan y las persiguen, y las destierran, y como no hagamos algo, fracasará la huelga, y no nos podemos permitir que fracase, porque lo que exigen es justo, que la gente tiene que ser consciente de lo que pasa, ¡coño!” –afirmó otra–.
Menos mal que siempre hay personas dispuestas a contar lo que sucede, lo real, sin edulcorar, y a protestar y a señalar lo que está mal, y a reclamar justicia, aunque les duela, aunque se jueguen ese presente cómodo, que seduce como el mejor de los amantes. Hay personas que son capaces de jugarse la comodidad, por lo que toque. Y eso es lo que ellas hicieron, se la jugaron. Escribieron una carta para contar lo que sucedía en la minería asturiana. Una carta pidiendo la solidaridad de las mujeres españolas con las mujeres de los mineros en huelga.
Decidieron dar la mano a las mujeres asturianas en lucha y luchar con ellas, luchar desde donde podían y como se les ocurrió. Y trazar así una elipse en el tiempo que las conecta con nosotras, las mujeres de ahora, las del presente. En una época muy difícil Gabriela, Ana, Carola, Gloria y Eva, decidieron gritar y no aguantarse. Y lo hicieron a lo grande, con la imaginación fresca de las mujeres en lucha, con el arrojo de las heroínas de novela.
Eso sí, antes de comenzar informaron de su idea al Partido Comunista, con el que tenían relación, sobre todo el marido de alguna de ellas, que era dirigente, incluso. Y Gabriela se lo contó a su marido, para avisar, le dijo. “Javier, que te aviso de que vamos a escribir unas cuantas cartas y a enviarlas para convocar una concentración, es por lo de la represión a las mujeres asturianas, que hay que hacer algo”. Y él se dio por enterado y no puso pegas, “adelante” –le dijo–, sin darle mayor importancia…y lo que parecía, más bien, fue que él pensó que no serían capaces de montar algo así. Vamos que parece que él pensó que era imposible que una cosa así, que una acción así pudiera salir bien, que ellas no iban a ser capaces de organizar una cosa así, sin infraestructura ni nada, sin multicopista ni Cristo que lo fundó, si total eran cinco locas, y siguió a lo suyo, con sus cosas, sin darle más vueltas al asunto. Ellas hicieron lo que tenían que hacer: siguieron adelante. Se pusieron a escribir unos cuantos párrafos de nuestra Historia reciente. Y escribieron.
Escribieron una carta anónima. Una carta dirigida a las mujeres españolas. Una carta en la que se narraban las penalidades por las que estaban pasando las mujeres de los mineros asturianos en huelga, las presiones, los maltratos, las torturas a las que estaban siendo sometidas. El destierro. Todo se detalló en esa carta. Una carta en la que se convocaba a una concentración de protesta a las 12 de la mañana el 15 de mayo, día de San Isidro, y fiesta en Madrid, en la Puerta del Sol. Una carta importante, histórica en cierta forma, porque se llamaba a una manifestación de mujeres, convocada por mujeres y organizada por mujeres por primera vez desde la II República.
El trabajo de la convocatoria fue cansado y extenuante, pero pleno de pasión y de fuerza. Lo fueron haciendo poco a poco. Tenían una máquina de escribir y se juntaban en casa de Gabriela, que era la dueña de la máquina, bueno era de su marido, que para eso era escritor, y se ponían a escribir y escribir en todos los ratos que podían. Se iban turnando entre las cinco, tejiendo una gran protesta con las teclas de la máquina de escribir. Utilizaron papel blanco y papel de calco a raudales. Copiaron a máquina, y por turnos, en bloques de diez folios a la vez intercalados con papel de calco, todas las cartas que pudieron hasta que les reventaron los dedos de las manos, que les dolían de verdad, porque había que darle a las teclas bien duro para que se marcaran los diez folios. “Joder, sigue tu, Gloria, que ya no puedo más, que tengo los dedos destrozados, necesito descansar, que me duele hasta el aliento”, dijo, Eva, o quizás fue Carola, qué más da. Y siguieron un día tras otro, una tarde y otra, los ratos que pudieron, hasta que la cabeza les rebosó de letras y de palabras en torrente, palabras y letras, letras y más letras, palabras y frases repetidas hasta el quebranto, hasta que los riñones se plantaron y dijeron ¡basta!, y las manos ya nos les respondían.
En total reunieron unas dos mil copias entre las cinco. “Y ahora, ¿qué hacemos con tantas cartas?, que hay más de dos mil, calculo, ¿cómo colocamos todo esto”. Preguntó Ana. “Creo que lo mejor es buscar nombres al azar en la guía telefónica y copiar direcciones. Donde ponga Don Fernando Flores Gómez, por ejemplo, nosotras escribimos en el remite ‘Señora de Flores Gómez’…así hasta que rellenemos todos los sobres. Va a ser un trabajazo chicas, pero no queda otra”, dijo Gabriela. Y fue una hazaña.
Después sembraron los buzones de Madrid con aquellas cartas, de forma discreta y concienzuda, casi con mimo, como se siembra una tierra preparada para germinar. Y lo llevaron a cabo de una forma tan concienzuda y tan estudiada que salpicaron la ciudad de semillas. Fueron soltando los sobres en los buzones poquito a poco, hasta repartirlos todos. Después solo quedaba esperar y observar. Y fue emocionante. Se sintieron vivas, más vivas que nunca.
El día 15 de mayo de 1962 acudieron a la Puerta del Sol a las doce de la mañana, como estaba escrito. Acudieron en grupo, con amigas convocadas de viva voz, a ver qué pasaba, todas expectantes. Y lo que sucedió fue muy bello, confuso al principio, pero bello. La plaza comenzó a llenarse y a llenarse, y como no sabían si era debido al día de fiesta o a su convocatoria, decidieron dar un salto. Protestar en alto y sin previo aviso, que a eso se llamaba dar “un salto”. Y dieron un salto que no tenían previsto, pero era necesario para poder saber porqué estaba allí tanta gente. Y Carola dijo: “¿Por qué no damos un salto y cantamos Asturias Patria Querida y a ver qué pasa?” Y eso hicieron, dieron un salto sonoro, un salto atronador, de los que hacen época y comenzaron a cantar a voz en cuello, tan alto como pudieron y con toda la pasión de la que eran capaces Asturias Patria Querida/ Asturias de mis amores…. Y la muchedumbre respondió ¡quién estuviera en Asturias/ en algunas ocasiones!… Y cantaron hacia delante una y mil veces. Cantaron con las manos, con los pies, con el cabello elevado, con las caderas, con la voz y a voz en cuello, un canto atronador, que se escuchó más allá de las fronteras de la historia…
Y la canción fluyó libre, y se elevó, y se elevó, y rugió Madrid. Y las gargantas de las gentes allí concentradas cantaron y cantaron hasta desgañitarse como si pertenecieran a un solo cuerpo coordinado y potente, un cuerpo social inmenso elevando un grito firme al infinito.
Y esa canción, una canción popular, inocente, hasta ese momento, de un minuto para otro se convirtió en un himno de protesta. Y una de ellas dijo “creo que se va a liar, que ya se está liando una buena, a correr toca chicas, ¡¡a correr!! que veo a la policía que sale, que sale la poli por la puerta de la DGS, que sale, que vienen, que vienen”…
Y así fue. Así sucedió. La Dirección General de Seguridad –que estaba allí, en la Puerta del Sol, en el mismo lugar que hoy ocupa la sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid– comenzó a vomitar policías y policías, y más policías, muchos policías, con porras y cascos, con escudos y más porras y botes de humo, y se lió un bochinche considerable, de gente que cantaba y corría, que corría y cantaba y hubo detenciones. Formaron un pasillo de policías y metieron en la DGS hasta noventa personas, que se dice pronto, ¡noventa!, que se llenaron los bajos del lugar, los tristemente célebres bajos de ese sótano infame en el que se torturaba antes de preguntar.
A la mayoría de las personas que detuvieron aquel día las soltaron enseguida, porque solo las podían acusar de haber cantado Asturias Patria Querida, y resultaba bastante ridículo, hasta para ellos mismos, los represores.
Días después de la protesta detuvieron a alguna de nuestras protagonistas. Las acusaron de desórdenes públicos y las conminaron a abonar una cuantiosa multa, que se negaron a pagar, porque no quisieron reconocer que hubieran cometido delito alguno. Por ello fueron encarceladas y estuvieron presas unos meses, poca cosa para la época. Fue poca cosa, porque afortunadamente no pudieron relacionarlas con ninguna organización política clandestina, ni con el PCE ni con ninguna otra, y achacaron el incidente a los desvaríos de unas locas.
De esta protesta no quedó apenas vestigio. Solo la memoria de las participantes y dos líneas escasas, aparecidas tiempo después en Mundo Obrero (periódico clandestino del Partido Comunista de España), que acreditaron el suceso.
El Partido Comunista de España le dio importancia a esta acción y decidió llamar a las organizadoras para que entraran a formar parte activa y coordinada de la lucha clandestina. Las crónicas internas del PCE y la memoria de Merche Comabella –que fue quien me relató este suceso de lucha– cuentan que las pusieron en contacto con el colectivo de mujeres de presos políticos y que entre todas dieron nacimiento y cuerpo al Movimiento Democrático de Mujeres (MDM), del que Comabella fue también una activa integrante. Pero, esa, es otra historia.


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