MÁS FEMINISMO PARA SUPERAR TIEMPOS DE PANDEMIA
Cuidar.
El primer acto civilizado de la Historia fue el momento en el que un ser humano
cuidó de otro. Me acojo a esta idea para afirmar que el único camino, capaz de
proporcionar otras certezas que amparen la vida y las redes de sustento
necesarias, es más feminismo. Ideología de la igualdad, de la coherencia, del
reparto, de la inclusión, de la cooperación, de la solidaridad y la sororidad,
que preconiza poner la vida en el centro, organizando la sociedad de los
cuidados, del mimo entre los comunes.
No se
puede construir nada sin contar con las mujeres y sus aportaciones para mejorar
la vida de todas las personas. La historia lo refrenda.
Las
mujeres fueron las que pusieron pie en pared en la revolución francesa,
salieron a tomar la Bastilla las primeras, con sus picas y sus palos, porque el
sistema era insostenible, el hambre mataba a los hijos. Indicaron el camino de
un cambio de paradigma.
En la
otra gran revolución histórica, la revolución rusa, también fueron ellas las
que pararon el sistema para reiniciarlo. Pararon la fábricas de San Petersburgo
un 8 de marzo, contagiaron de huelgas toda Rusia, y a los nueve días cayó el
Zar. Comenzó una nueva era, en la que una de ellas, Alexandra Kollontai, que
fue la primera mujer en la historia en ocupar un puesto de ministra en un
Gobierno, pone en marcha un sistema político de servicios sociales públicos
(asistencia sanitaria, asistencia a mayores y personas dependientes, asistencia
a la infancia, guarderías y escuelas infantiles, etc) para poder atender a las
personas según sus necesidades y liberar a las mujeres de las tareas de los
cuidados en la medida de lo posible, con una cobertura del Estado como colchón
y abrigo social. Ella fue la creadora de lo que luego se conoció como “Estado
del Bienestar”, que en las democracias avanzadas de los países nórdicos lo
desarrollaron con éxito situando a su ciudadanía en las cotas más altas del
Índice de Desarrollo Humano que elabora Naciones Unidas. Cuando la sociedad en
su conjunto se hace corresponsable del cuidado y bienestar de todas la personas
se da un gran paso humano.
Históricamente
los postulados inclusivos y de reparto reclamados por las mujeres, que hoy se
atesoran dentro del recorrido político del feminismo, se han mostrado
necesarios para cambiar sociedades. Cuando las mujeres participan, no se las
aparta y se las incluye y atiende en la corresponsabilidad de aportar para el
desarrollo de los países se enriquece la vida de todas las personas y se
progresa en conjunto.
Patriarcado, capitalismo y COVID-19
Cuando
llegó el COVID-19 a las vidas de todas
las personas del planeta, el capitalismo patriarcal estaba en su pleno apogeo.
Las mujeres feministas ya llevaban tiempo en las calles advirtiendo que el
actual sistema depredador, que busca la máxima rentabilidad en cualquier
actividad por pequeña que sea, no era el camino, porque explota de forma
salvaje a las personas, y doblemente a las mujeres y a la madre tierra. Así no es
posible continuar.
Para
salir en condiciones de la situación límite creada por la pandemia se hace
necesario un modelo antagónico al actual, al de la sociedad del lucro, del
consumo, de la competitividad entre los seres humanos, que hace aguas en cada
crisis que se presenta y que lejos de aportar soluciones de salvaguarda para
las mayorías sociales, trae sufrimientos en grandes dosis para los comunes,
desastres medioambientales cada vez más frecuentes y enriquecimiento desmedido para
tan solo el 1% de la población mundial.
El
feminismo tiene mucho que aportar. Es resistente, combativo, señala y denuncia
sin maquillaje este modelo económico, político y social por el que se permite
esquilmar y sacar rentabilidad a cualquier especie o brizna de vida que hay
sobre la tierra muy por encima de las posibilidades de la propia vida sobre la
tierra. De ahí la ofensiva de lo más recalcitrante y retorcido del patriarcado
capitalista contra los avances de las mujeres. En España esto se traduce en una
criminalización espuria del último 8M, hasta el punto de que se ha llegado al
extremo de usar, por parte de una judicatura retrógrada y miope, a la Guardia
Civil, un cuerpo de la Seguridad del Estado, que ha elaborado informes falsos con
el objetivo de culpar a las mujeres feministas de la transmisión virulenta del
Covid-19. Este tipo de actuaciones del
cuerpo verde oliva le deshonra y provoca que pierda respeto social, al situarse
fuera de su cometido democrático. Los ataques
a las feministas de corte Bolsonaricos
o Trumpianos en España y otros países persiguen volver a meter en
casa a las mujeres, ayudados en abrazo por los postulados de unas cuantas iglesias
que reproducen, en lo cultural, lo peor del dominio de los hombres sobre las
mujeres.
La
filósofa Rosi Braidotti analiza en Por
una política afirmativa que “el movimiento social de las mujeres destaca
por su capacidad de autogestión, energía organizativa, potencia visionaria y
estructura carente de líderes. Movido por aspiraciones de libertades colectivas
y compartidas, el respeto de las diversidades, el deseo de justicia social y
simbólica, y la política de la vida
cotidiana, el feminismo es un movimiento político apasionado, irónico y
políticamente riguroso. Irreverente en relación a las normas dominantes, pero
responsable hacia los grupos de mujeres de los que encarna la rabia y la
imaginación”.
Me
quedo con esa frase de Braidotti que afirma que “el feminismo es la política de
la vida cotidiana”.
La
pandemia muestra ahora, más que nunca, que se requiere el cuidado de lo
colectivo, y que las sociedades saldrán adelante cooperando, mimando el
Planeta, y de forma colectiva o no saldrán. Es más necesario que nunca un
movimiento social y político como el feminismo, que pone la vida en el centro y
no discrimina, que huye de fuertes liderazgos y escucha, que abraza el diálogo
para la búsqueda coordinada de soluciones a los problemas. En este sentido, son
un buen ejemplo las políticas del amparo a las personas y del acuerdo, que se
están impulsando desde el Gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos
en España. Este Gobierno ha dado un paso importantísimo con la aprobación del
Ingreso Mínimo Vital, ejemplo vivo de la necesaria puesta en marcha de esa política de la vida cotidiana, que mira
a las personas y que protege las cosas de comer. El feminismo encarna, como
ningún otro movimiento político, la necesidad del cuidado de lo social para no
dejar a nadie atrás, aporta soluciones colectivas desde el positivismo de la
acción política que cuida la vida. Debe ser transversal y afectar a todas las políticas
que se implementen.
Las
mujeres feministas del siglo XXI no solo reclaman el derecho a la igualdad,
exigen además el cuidado de la madre tierra como fuente de la vida y una
relación con ella que la preserve, cuide de la biodiversidad de plantas y
especies y no esquilme, porque es imposible desligar los cuidados a la tierra y
los cuidados que necesitamos las personas que la habitamos. Y esta pandemia, en
palabras de Vandana Shiva “no es un ‘desastre natural’, así como los extremos
climáticos no son ‘desastres naturales’. Las pandemias de enfermedades
emergentes son, como el cambio climático, ‘antropogénicas’, causadas por
actividades humanas (…). Todas las emergencias de nuestros tiempos que amenazan
la vida tienen sus raíces en una visión mundial mecanicista, militarista y
antropocéntrica de los humanos como algo separado de la naturaleza, como dueños
de la tierra que pueden poseer, manipular y controlar otras especies como
objetos con fines de lucro”. Las mujeres feministas del siglo XXI exigen cuidar
la tierra, porque es el único paraíso posible, al que de verdad se puede
aspirar en esta vida.
Durante
los días de pandemia se ha visto con claridad que el sistema patriarcal y
capitalista, basado en el lucro egoísta, irresponsable y criminal de unas poderosas
minorías tiene los pies de barro. La grandeza de las elites se sustenta en una
mentira repetida millones de veces, que choca con la preservación de la vida
digna. La mentira neoliberal que afirma que Tener
está por encima de Ser, y en esa
competencia por tener se beneficia la
sociedad en su conjunto, es una falacia que mata y que se sustenta en la
supremacía de la voluntad de poder del varón blanco y rico sobre el resto. En esta pandemia mundial un virus
microscópico ha mostrado que el patriarcado capitalista es un monstruo desnudo
y muy feo, ineficaz, depredador, egoísta, que usa a las personas y las tira a
la basura una vez que las ha exprimido hasta sacarles el último jugo, como un
limón en la cadena de montaje de una fábrica de refrescos.
En la
Comunidad de Madrid, que es un paradigmático ejemplo de cómo funciona este
sistema, se ha despedido de un plumazo al personal médico, de atención,
limpieza y logística contratado en IFEMA, se ha echado a la calle a personas
que han arriesgado sus vidas para salvar a otras, trabajando sin descanso
durante los peores días de esta pandemia. En lugar de mantener e incorporar a
esas personas a los servicio públicos, comunitarios, que están tan mermados y
tan necesitados de efectivos, en esta Comunidad en la que hay una emergencia
social que abruma, se ha decidido no contar con ellos y con ellas en aras de la
rentabilidad y del robo de las élites. Para salir de esta hay que apostar de
forma decidida por el sector público sanitario y de los cuidados, y no por lo
contrario, como hace el Gobierno del PP en la Comunidad de Madrid. Hay que
apostar por la escuela pública, y no cargarse de un plumazo 14.000 plazas, como
denuncia CCOO de enseñanza en Madrid que ha hecho el Gobierno de Ayuso; hay que
potenciar los hospitales públicos, no privatizarlos de forma encubierta, como
ha hecho el Gobierno de Ayuso con el Niño Jesús; hay que cuidar el medio
ambiente, no dar una vuelta de tuerca a la liberalización del suelo en Madrid para
esquilmar y ‘rentabilizar’ los espacios naturales. ¿Acaso estas políticas
depredadoras benefician al conjunto de la población madrileña? Madrid es la
Comunidad con la renta media más elevada y también la que peor reparte. Es el
lugar con más desigualdades y más nichos de crecimiento de la pobreza de
España.
Las mujeres en tiempos de pandemia
Cuando
las mujeres se quejan, se manifiestan y exigen la vía feminista de la inclusión
y la igualdad es porque la bota del patriarcado capitalista que esquilma y
explota aprieta sus cuellos más que nunca. La crisis del COVID-19 muestra con
escándalo que las mujeres están siendo las más afectadas, en todos los sentidos,
y que eso es una característica desgarrada y violenta de la desigualdad que
provoca el patriarcado capitalista.
La
violencia hacia las mujeres se manifiesta de forma física y cotidiana en los
hogares confinados como la gota malaya, que no cesa, que sigue matando en la
intimidad del lugar que se presupone un refugio, pero que para miles de mujeres
es una cueva en la que domina una fiera que desgarra. No hay tregua en la
pandemia.
La
violencia también se manifiesta fuera de las casas, porque es violencia el
desprecio que estamos presenciando con salarios de miseria y trabajos precarios
hacia las personas que están poniendo el cuerpo en esta pandemia en España, que
son mayoritariamente las mujeres las que ocupan los trabajos del sector de los
servicios y la atención a los y las demás personas. Sectores muy deteriorados
debido a la legislación laboral involutiva puesta en marcha por el Gobierno del
PP con Rajoy a la cabeza, y que es necesario derogar ya. Es necesario organizar
las sociedades bajo otros criterios y paradigmas de dignidad.
Sobre las
espaldas de millones de mujeres, con los derechos mermados, está sujetándose
con parihuelas el sistema patriarcal capitalista que las explota doblemente.
Tal como recogía Marisa Koham en un articulo reciente en Público, citando a la economista feminista Carmen Castro, las
mujeres están en primera línea sosteniendo la vida. Ellas suponen el 85% del personal de enfermería y
ocupaciones relacionadas; el 70% de las trabajadoras de farmacias; el 90% de
las limpiadoras de empresas, hoteles y hogares (incluido el servicio de
empleadas domésticas) y cerca del 85% de las cajeras de supermercados. Ellas
son las que atienden, todo el tiempo a los demás, dentro y fuera de la casa.
Ellas están ahí, poniendo el cuerpo siempre. También las mujeres del campo,
jornaleras de la fresa, trabajadoras de la tierra explotadas, invisibilizadas,
olvidadas y tan necesarias.
María Sánchez afirma en Tierra de Mujeres (Seix Barral, 2091), que
“Las mujeres siguen siendo
invisibles aunque estén ahí. Trabajan con ellos y no son titulares de la
tierra. No toman decisiones. Pero trabajan todos los días. Tienen tiempo para todo. Las llaman mujeres todoterreno como alabanza, cuando debería reprocharse y ser
visto como algo malo que una mujer esté disponible para todo y para todos
siempre”.
Esto es aplicable al campo y
a la ciudad, es fruto del patriarcado, que al invisibilizar el trabajo y los
esfuerzos de las mujeres, los desvaloriza de tal manera que en una economía
capitalista se aprovecha para hacer dobles rentas de los cuerpos y del trabajo
de las mujeres, sacando plusvalías que están desangrando el cuerpo social de
los sustentos.
La pandemia está mostrando la
verdadera cara del sistema.
Las mujeres feministas
tienen que seguir de pié, mostrando lo altas que son, su talla política y
social, y sus ganas de aportar soluciones para cambiar las cosas. El momento es
difícil, dramático, terrible, pero es un momento decisivo en el que se puede inclinar
la balanza hacia un espacio que ampare las vidas dignas, que provea, que cuide.
Para salir de esta hace falta más feminismo, más reparto, más inclusión, más
igualdad, más cuidado a la madre tierra. Se lo debemos a los hijos que hay
sobre la tierra y a los que vendrán, se lo debemos a las miles de especies que
conforman esa biodiversidad que nos da la vida.
Este artículo ha sido publicado también en Asamblea Digital y en Nueva Tribuna.
Carmen Barrios Corredera,
escritora y fotoperiodista.