Pego un cuento para conmemorar el día de la protesta más grande que ha conocido mi ciudad, Madrid. La jornada de huelga general del 14 de noviembre ha sido un día de protesta como hacía mucho tiempo que no se recordaba en Madrid y en muchas ciudades de España. Ciudadanos de todas las edades y condición han participado en la organización y en el apoyo a la huelga general y a las manifestaciones.
Durante todo el día 14 los ciudadanos ocuparon las calles de las ciudades, clamando a voz en cuello en contra de los recortes y los retrocesos que quiere imponer la derecha en el gobierno. Las protestas y manifestaciones han sido pacíficas, solo enturbiadas por actuaciones provocadoras y desproporcionadas de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, como la carga policial que se produjo de madrugada frente a la sede de Lope de Vega de CCOO de Madrid, donde la policía llegó a entrar dentro de la sede del sindicato, persiguiendo y acosando a los integrantes de los piquetes informativos hasta el auditorio Marcelino Camacho en un acto indigno e intolerable de difícil encaje en un Estado de derecho democrático como el español.
Pego un cuento para conmemorar este día histórico y también una fotografía que tiene un punto amargo y melancólico, y que simboliza muy bien el momento en el que estamos, con seis millones de personas sin empleo y malviviendo, pero a punto de salir del estatismo para romper las lunas de los escaparates y recuperar lo que nos están hurtando.
Muñequita linda |
Un año antes de la protesta más grande…
Un año antes de
la protesta más grande que ha conocido mi ciudad, la vecina del cuarto derecha
preparaba deliciosas comidas en el colegio de la plaza. Los alumnos la
adoraban, porque era una cocinera de sonrisa generosa con un talento exquisito
para los macarrones con chorizo. Además, era especialista en el arte de
escuchar. Sabía con exactitud la cantidad de canela necesaria para darle
sentido a una conversación y cuánta azúcar poner en el corazón de los despechados
de catorce años, por lo que siempre tenía candidatos de sobra para ocupar el
puesto de pinche.
Un año antes de
la protesta más grande que ha conocido mi ciudad, los alumnos del colegio de la
plaza acudían con normalidad a las clases y también a las excursiones
programadas, tenían profesores de apoyo y calefacción en invierno en cada aula.
Los días de música eran una fiesta para los oídos, porque las notas se colaban
por todas las rendijas de la escuela y ayudaban a resolver con ritmo los
problemas de matemáticas. La profesora de plástica construyó un móvil gigante y
de colores brillantes con sus alumnos de tercero, que se colocó en medio del
patio de la escuela para proyectar sombras de colores con los primeros rayos
del sol de media mañana.
Un año antes de
la protesta más grande, los alumnos del colegio de la plaza celebraron una
fiesta del otoño para recoger las hojas caídas en el huerto de la escuela y
arropar las semillas de violeta con un manto fino de posos de café. Los más
pequeños realizaron inventario de todo lo plantado y alertaron a su maestra de
que en primavera no podrían disfrutar de la dulzura de las florecillas de té,
pues las semillas se habían olvidado en un descuido de última hora.
Un año antes de
la protesta, los profesores de apoyo cumplían la misión más delicada en el
colegio de la plaza, pues debían sujetar con manos firmes y verbo templado al
alumno que tropezaba y ayudarle a caminar con soltura por todas las veredas. En
ocasiones, era preciso recurrir al valor y al ingenio del mismísimo Aquiles
para despertar la atención de los muchachos, y conseguir que entraran en Troya
bien resguardados en el vientre de un caballo de madera con las bridas cosidas
con letras del abecedario.
Un año antes,
los padres de los alumnos del colegio de la plaza tenían respaldo y confianza,
y trabajo, y un hogar calentito, y armonía, y también tenían un centro de salud
al que acudir si era preciso. Funcionaba el hospital a pleno rendimiento y el
centro cultural de la Calle Mayor ofrecía obras de teatro los sábados por la
tarde. Estaban despreocupados y apenas prestaban atención a las noticias que
vaticinaban un desastre en las finanzas.
Un día antes de
la protesta más grande que ha conocido mi ciudad, la cocinera del colegio de la
plaza se encuentra sentada en la puerta de la sucursal de un banco. Lleva ocho
días durmiendo allí, con otras veinte personas que están a apunto de perder su
casa, igual que ella. Los alumnos del colegio de la plaza se acercan por las
tardes a llevarle leche caliente con canela y ahora son ellos los que se han
convertido en especialistas en el arte de escuchar. Hace varios meses que no
enciende los fogones en el colegio. Su cocina se esfumó con todos sus enseres,
la insignificante cifra de su salario fue tachada en el último presupuesto
general del Estado, igual que el salario del profesor de apoyo, y el de la
maestra de música. La profesora de plástica tuvo que emigrar a un país muy
frío, en el que cuelgan carámbanos de sus móviles y ya no proyectan sombras de
colores, porque el sol apenas se atreve a abrir las cortinas plomizas del Otoño
para evitar que el invierno se cuele antes de tiempo.
El colegio de la
plaza ya no tiene calefacción, fue tachada en la lista del mismo presupuesto
general del Estado. El centro de salud y el Hospital se están fuera del
presupuesto, pues se han vendido a precio de saldo al mejor postor del negocio
sanitario y los niños del colegio de la plaza se han quedado sin atención
médica, y sus padres también y sus abuelos, y el vecino del tercero, y el del sexto
y el del quinto, y también Rosa, la florista, y todos y cada uno de los vecinos
del barrio.
Un día antes de
la protesta más grande que ha conocido mi ciudad los padres y los alumnos del
colegio de la plaza se reunieron en el patio del centro. Tomaron la decisión de
apoyar la protesta porque no quieren ver a la cocinera con talento para los
macarrones con chorizo tendida sin casa en la puerta de un banco. No quieren
prescindir del ingenio ni de la valentía de Aquiles. No pueden permitir que
desaparezcan los profesores de apoyo, ni los de música y quieren que vuelva del
frío la profesora de plástica. Exigen agua para regar el huerto del patio del
colegio de la escuela y que el presupuesto del Estado vuelva a incluir la
inversión en calefacción para las aulas. Igualmente reclaman que el centro de
salud y el hospital vuelvan a ocupar su lugar en el presupuesto y mantengan las
puertas abiertas para quien lo necesite.
El día de la
protesta más grande que ha conocido mi ciudad todos los vecinos del barrio del
colegio de la plaza han ocupado las calles y gritan muy alto para salvaguardar
su propia dignidad.
Este cuento también ha sido editado en la web www.nuevatribuna.es
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