Manuela Corredera en un pleno del Ayuntamiento de Córdoba en 1980. Foto: Francisco Gónzalez/ Diario Córdoba |
Escribí este texto en recuerdo de Manuela Corredera (Madrid, 1950- Córdoba, 2016), política, feminista, activista por los derechos sociales y humanos. Nacida en Madrid, pero afincada en la ciudad de Córdoba, donde fue concejala de servicios sociales y de limpieza por el PCE durante las dos primeras corporaciones democráticas. Puso en marcha un sistema se servicios sociales que sirvió de ejemplo a numerosos municipios de España. Manuela es mi tía, nos dejó el 25 de noviembre en Córdoba mientras se manifestaba contra las violencias machistas. Todas las personas que tuvimos la suerte de conocerla y compartir con ella parte de nuestras vidas no la olvidamos.
LA REINA MAGA
Dicen las crónicas que
en la ciudad de Córdoba existió una Reina Maga. Una Reina Maga de verdad, de
carne y hueso. Tan de verdad, que fumaba ducados subida en su carroza. Era tan
auténtica que hizo que se materializasen sueños que parecían imposibles. Yo
tuve la suerte de conocer muy bien a esa Reina Maga. La llevo en mis ojos. Cuando
me miro en el espejo la veo sonreír desde la luna brillante de mis pupilas. Me
tranquiliza mucho contemplar ahí dentro su rostro. Soy afortunada, llevar la
sonrisa de una Reina Maga reflejada en el fondo de los ojos tiene el poder
balsámico de conjurar la más amarga de las tristezas.
Los primeros recuerdos
que tengo de ella no se si son míos o pertenecen al archivo de imágenes con
olor a dulce de mantequilla, que guarda mi madre en una lata de galletas. Si
destapo esa lata y despierto una de las fotografías que allí duermen, veo a mi
Reina Maga en la incipiente adolescencia y antes de ser coronada, empujando mi
sillita de bebé campo a través, a una velocidad que solo pueden alcanzar los
seres sobrenaturales. En otra imagen, que ya está bastante malograda por el
paso del tiempo y que se despereza entre mis dedos, mi reina juega a la gallinita
ciega, rodeada de niñas y de niños pequeños como yo, un día de perol en la
frontera del otoño del campo cordobés.
El tercer recuerdo que
tengo de ella no duerme impreso sobre papel fotográfico. Está despierto en mi
memoria, grabado a cámara lenta, y este sí que da medida del carácter indómito
de una mujer que desafió la propia fuerza de la naturaleza con tan solo 18
años. Las paredes de la casa de mis padres se estremecían a bofetón de
terremoto y el suelo se inclinaba haciendo temblar la vajilla y bailar con tino
las copas colocadas en hilera sobre el aparador del salón. Mi padre corría de
un lado para otro vociferando con apremio, que debíamos abandonar la casa
cuanto antes, con mi hermano cogido en un brazo y conmigo en el otro, mi madre
se aferraba a la cama sin querer moverse, presa de un pavor atávico a los movimientos
telúricos. Mi Reina Maga, en cambio, buscaba su capa y sus medias nuevas de
cristal, con una calma solo reservada a los seres fabulosos, capaces de
concentrarse y apartar el miedo a un lado, aunque la tierra haya decidido
estremecerse debajo de sus pies.
Pasaron los años y por
fin mi reina fue coronada como Reina Maga, fue durante unas navidades ganadas a
la historia para honrar una memoria rebelde, que brilla con rostro de mujer. Comenzó
repartiendo esperanza subida a su carroza allá por 1979, primero en forma de lluvia
dulce con sabor a caramelo y después con la varita mágica de la acción
política. Cuentan las crónicas que no lo tuvo fácil.
El primer día que se
subió a su carroza la tiraron proyectiles con hedor a naranja pocha. Eran
personas instaladas en el pasado, que tenían un miedo atroz al liderazgo de las
mujeres; seres grises y de rostro opaco, que olían a humedad de sacristía y
arrastraban aún las faldas de una sotana pesada y negra, un lastre cosido a la
piel de esta tierra durante cuarenta años, que no las dejaba caminar aún por la
calle ancha y luminosa de la democracia. Ella no se arredró. Las enfrentó con
elegancia prodigiosa.
No contaban con que no
hay obstáculos que una Reina Maga y republicana no pueda superar si se lo
propone. Pues no hay empresa que se resista al poder extraordinario que son
capaces de desplegar las mujeres rojas, que visten los colores de la osadía. Convirtió
esas naranjas lanzadas para hacer daño en flores blancas de azahar, inaugurando
un periodo especial de la historia democrática de la ciudad de Córdoba, en el
que supo utilizar el arte y la magia de la política para desplegar utopías, que
se pudieron materializar al fin sobre la palma de la mano de muchos de los
habitantes de esta ciudad.
Mi Reina Maga es de
verdad, de carne y hueso, fuma ducados. Se llama Manuela Corredera y fue la
impulsora de los servicios sociales municipales en la ciudad de Córdoba, donde
tejió redes de esperanza y puso cimientos de derechos y de solidaridad que
perduran.
Mi Reina Maga, mi
Manuela, se ha vuelto intemporal, su memoria fluye de una mente a otra como un
río de manos que acarician y que no se detienen. Visita plazas llenas de
feministas activas que luchan para detener violencias, casas de gentes que
resisten desahucios, visita marchas de la dignidad, también caminos alegres de
senderistas, mesas de juegos en tardes de domingo y escenarios improvisados de
teatro. Visita, como no, los cuartos repletos de sueños de sus nietos y cada
uno de los recodos de la memoria de todas las personas que la amamos sin límite.
Mi Reina Maga se llama
Manuela Corredera, fue de carne y hueso, fumaba ducados y ahora es un ser
sobrenatural.
Carmen Barrios
Corredera
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