lunes, 7 de enero de 2013

"Cualquier parecido con la realidad es ...."

El ansia


Pego un cuentecito en el que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Lo que se narra podría haber sicedido en cualquier parte, incluso en la comunidad autónoma en la que vivo. 

La fotografía que lo acompaña la realicé en una calle de Nápoles y es bien elocuente, es una imagen sobre el ansia, el ansia viva, que dirían algunos, ese ansia por amasar y por quedarse con todo que parece dirigir la vida de la gente que nos gobierna. 


Este relato también se ha publicado en la sección de cultura de la revista web www.nuevatribuna.es

La sonrisa del hijo del concejal de abastos

El hijo del concejal de abastos se ha criado rodeado de viandas y sale en todos los retratos con una sonrisa de satisfacción, propia de quien percibe desde la cuna que tiene la vida resuelta. 

Pertenece a ese grupo de familias de orden que siempre han sabido donde tenían que situarse en la iglesia y lo más importante, qué es lo que tenían que hacer para engordar su cartera. Su padre se tiene por un liberal, como lleva escrito en su propio apellido y realizó una brillante carrera como Concejal-Delegado de Mercados y Abastos en una época en la que se llegaba a los cargos públicos de la mano de un padrino del Movimiento y no era necesario montar todo ese lío de organizar unos comicios y presentarse a elecciones.



El hijo del concejal de abastos se peina con una raya marcada como un hachazo sobre el lado derecho de su cabeza y desborda pasión por las corbatas de colores y los gemelos caros. Disfruta como un hipopótamo en una charca de fango jugando al pádel y enviando “bromitas” a golpe de tuit en las que se denigra a las mujeres, pero le irrita sobremanera que se proteste reclamando justicia y se altere el orden que necesitan los de su clase para que no se resientan sus negocios. Como su padre, supo situarse en la iglesia. Se arrimó a la sobrina más ambiciosa del poeta y se pegó a ella como el chocolate fundido a una galleta príncipe.


La sobrina más ambiciosa del poeta ha pagado sus servicios exclusivos, colmándolo de esperanza, con un puestazo en las altas esferas: lo ha colocado con tecnología digital -y sin necesidad de montar todo ese lío de tener que organizar unas elecciones- como presidente de su comunidad, porque está segura de que él velará por sus intereses incluso mejor que ella misma. Sabe que es tan liberal como ella y tiene la misma idea fija en la cabeza: apropiarse de los bienes públicos, convirtiendo a los ciudadanos en clientes de las empresas hurtadas por ellos y por la gente de su iglesia.

El hijo del concejal de abastos ha prosperado mucho desde que “aprobó” aquellas oposiciones al ayuntamiento con la ayuda inestimable de los amigos de la familia y ahora, desde que está en el puestazo de presidente de su comunidad, es un hombre feliz. Se siente el patriarca benefactor de todas esas familias de su iglesia que se frotan las manos y ven montañas de dinero a su alcance cuando miran un hospital, un solar sin urbanizar, una estación de metro o una escuela. Sale en todos los retratos con una sonrisa de depredador saciado, a pesar de los problemas y los sufrimientos que está causando a la gran mayoría de los ciudadanos de su comunidad.

Los ciudadanos de la comunidad del hijo del concejal de abastos no soportan su sonrisa y no se cansan de denunciar las tropelías de Robin Hodd inverso que practica, robando lo que es de todos para repartirlo con los amigos ricos de su iglesia.

La comunidad que gobierna el hijo del concejal de abastos está al borde del desquicie, repleta de huelgas y manifestaciones de protesta, con miles de personas sin trabajo y la pobreza golpeando con fuerza en los estómagos de las gentes. Los empleados de los transportes públicos hacen paros todos los días, y están pensando en pernoctar por turnos en las cabinas del metro y de los autobuses, igual que ya hacen los médicos y las enfermeras de los hospitales y de los centros de salud, que duermen en su lugar de trabajo para impedir que el hijo del concejal de abastos y sus amigos se apropien de ellos.

Los maestros de escuela también se han unido a esta rebelión y pasean por las calles vestidos de verde para recordarle al hijo del concejal de abastos que ellos no pertenecen al club liberal, sino a una mayoría social que está en pie de guerra para defender lo público.

También protestan los de la tele -que lleva semanas fundida en negro-, porque el hijo del concejal de abastos quiere poner el ente en almoneda y barrer a los profesionales como si fueran una montaña de cáscaras de nueces; y los de la radio; y los bomberos; y los vecinos que son desahuciados de sus casas; y los de las tiendecitas de barrio, que se van a pique con la ley de “liberalización” de horarios comerciales; y los empleados de los bancos y los que luchan para que el agua del canal no se convierta en otro negocio más; y los que se oponen a que en medio de su comunidad se construya el mayor casino de Europa y los barrenderos y todos los empleados públicos, y Manuel, y Luis, y Jacinta y Pepa y Blanca y María y…

Pero el hijo del concejal de abastos sigue con su única idea fija en la cabeza: quedarse con todo. Está tan convencido de su fuerza que no se le borra la sonrisa de depredador saciado. Se siente seguro en su puesto, tanto que quiere terminar con las protestas como se hacía en la época aquélla en la que su padre se enriqueció como concejal de abastos, cuando no era necesario montar todo ese lío de la democracia y estaban prohibidas las protestas y las huelgas y las reuniones de más de tres personas.

Los ciudadanos de la comunidad del hijo del concejal de abastos se han conjurado para borrarle su sonrisa de depredador saciado y han montado una acampada permanente en la puerta de su casa para recordarle que son miembros de una mayoría social que prefiere que los bienes públicos sigan siendo patrimonio de todos. Han extendido una pancarta inmensa en la que puede leerse desde la Luna: “¡¡¡LOS SERVICIOS PÚBLICOS NO SE VENDEN, SE DEFIENDEN!!!”.
Carmen Barrios 





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