El ansia |
Pego un cuentecito en el que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Lo que se narra podría haber sicedido en cualquier parte, incluso en la comunidad autónoma en la que vivo.
La fotografía que lo acompaña la realicé en una calle de Nápoles y es bien elocuente, es una imagen sobre el ansia, el ansia viva, que dirían algunos, ese ansia por amasar y por quedarse con todo que parece dirigir la vida de la gente que nos gobierna.
Este relato también se ha publicado en la sección de cultura de la revista web www.nuevatribuna.es
La sonrisa del hijo del concejal de abastos
El hijo del concejal de
abastos se ha criado rodeado de viandas y sale en todos los retratos con una
sonrisa de satisfacción, propia de quien percibe desde la cuna que tiene la
vida resuelta.
Pertenece a ese grupo de familias de orden que siempre han
sabido donde tenían que situarse en la iglesia y lo más importante, qué es lo
que tenían que hacer para engordar su cartera. Su padre se tiene por un
liberal, como lleva escrito en su propio apellido y realizó una brillante
carrera como Concejal-Delegado de Mercados y Abastos en una época en la que se
llegaba a los cargos públicos de la mano de un padrino del Movimiento y no era
necesario montar todo ese lío de organizar unos comicios y presentarse a
elecciones.
El hijo del concejal de
abastos se peina con una raya marcada como un hachazo sobre el lado derecho de
su cabeza y desborda pasión por las corbatas de colores y los gemelos caros.
Disfruta como un hipopótamo en una charca de fango jugando al pádel y enviando
“bromitas” a golpe de tuit en las que se denigra a las mujeres, pero le irrita
sobremanera que se proteste reclamando justicia y se altere el orden que
necesitan los de su clase para que no se resientan sus negocios. Como su padre,
supo situarse en la iglesia. Se arrimó a la sobrina más ambiciosa del poeta y
se pegó a ella como el chocolate fundido a una galleta príncipe.
La sobrina más ambiciosa
del poeta ha pagado sus servicios exclusivos, colmándolo de esperanza, con un
puestazo en las altas esferas: lo ha colocado con tecnología digital -y sin
necesidad de montar todo ese lío de tener que organizar unas elecciones- como
presidente de su comunidad, porque está segura de que él velará por sus
intereses incluso mejor que ella misma. Sabe que es tan liberal como ella y
tiene la misma idea fija en la cabeza: apropiarse de los bienes públicos,
convirtiendo a los ciudadanos en clientes de las empresas hurtadas por ellos y
por la gente de su iglesia.
El hijo del concejal de
abastos ha prosperado mucho desde que “aprobó” aquellas oposiciones al
ayuntamiento con la ayuda inestimable de los amigos de la familia y ahora,
desde que está en el puestazo de presidente de su comunidad, es un hombre
feliz. Se siente el patriarca benefactor de todas esas familias de su iglesia
que se frotan las manos y ven montañas de dinero a su alcance cuando miran un
hospital, un solar sin urbanizar, una estación de metro o una escuela. Sale en
todos los retratos con una sonrisa de depredador saciado, a pesar de los
problemas y los sufrimientos que está causando a la gran mayoría de los
ciudadanos de su comunidad.
Los ciudadanos de la
comunidad del hijo del concejal de abastos no soportan su sonrisa y no se
cansan de denunciar las tropelías de Robin Hodd inverso que practica, robando
lo que es de todos para repartirlo con los amigos ricos de su iglesia.
La comunidad que
gobierna el hijo del concejal de abastos está al borde del desquicie, repleta
de huelgas y manifestaciones de protesta, con miles de personas sin trabajo y
la pobreza golpeando con fuerza en los estómagos de las gentes. Los empleados
de los transportes públicos hacen paros todos los días, y están pensando en
pernoctar por turnos en las cabinas del metro y de los autobuses, igual que ya
hacen los médicos y las enfermeras de los hospitales y de los centros de salud,
que duermen en su lugar de trabajo para impedir que el hijo del concejal de
abastos y sus amigos se apropien de ellos.
Los maestros de escuela
también se han unido a esta rebelión y pasean por las calles vestidos de verde
para recordarle al hijo del concejal de abastos que ellos no pertenecen al club
liberal, sino a una mayoría social que está en pie de guerra para defender lo
público.
También protestan los de
la tele -que lleva semanas fundida en negro-, porque el hijo del concejal de
abastos quiere poner el ente en almoneda y barrer a los profesionales como si
fueran una montaña de cáscaras de nueces; y los de la radio; y los bomberos; y
los vecinos que son desahuciados de sus casas; y los de las tiendecitas de barrio,
que se van a pique con la ley de “liberalización” de horarios comerciales; y
los empleados de los bancos y los que luchan para que el agua del canal no se
convierta en otro negocio más; y los que se oponen a que en medio de su
comunidad se construya el mayor casino de Europa y los barrenderos y todos los
empleados públicos, y Manuel, y Luis, y Jacinta y Pepa y Blanca y María y…
Pero el hijo del
concejal de abastos sigue con su única idea fija en la cabeza: quedarse con
todo. Está tan convencido de su fuerza que no se le borra la sonrisa de depredador
saciado. Se siente seguro en su puesto, tanto que quiere terminar con las
protestas como se hacía en la época aquélla en la que su padre se enriqueció
como concejal de abastos, cuando no era necesario montar todo ese lío de la
democracia y estaban prohibidas las protestas y las huelgas y las reuniones de
más de tres personas.
Los ciudadanos de la
comunidad del hijo del concejal de abastos se han conjurado para borrarle su
sonrisa de depredador saciado y han montado una acampada permanente en la
puerta de su casa para recordarle que son miembros de una mayoría social que
prefiere que los bienes públicos sigan siendo patrimonio de todos. Han
extendido una pancarta inmensa en la que puede leerse desde la Luna: “¡¡¡LOS
SERVICIOS PÚBLICOS NO SE VENDEN, SE DEFIENDEN!!!”.
Carmen Barrios
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