Marilyn |
Me encontré con esta fotografía un día de otoño, mientras paseaba por una de esas calles del Rastro de Madrid que parecen empeñarse en detener el tiempo cada domingo. Era casi mediodía, y los encargados de los puestos comenzaban a recoger los objetos que no se habían vendido. Estaba chispeando y la luz era matizada y perfecta. Cuando fui consciente de la imagen que me servía el azar, disparé una fotografía al instante. Y retraté a Marilyn así, sugerente y bella en el soporte de un aparador callejero lleno de objetos casuales para su exposición y venta.
Esta fotografía me gustó tanto, que decidí perseguir por ahí la imagen de Marilyn. Ella está continuamente presente en nuestro imaginario, su rostro se ha convertido en una especie de clásico, forma parte de nuestra cultura visual y se ha convertido en un objeto de consumo más.
De este empeño por perseguir a Marilyn como icono, nació también el cuento que pego a continuación. Lo he acompañado con otras imágenes de la diva que he ido recogiendo por ahí.
El cuento lo ha publicado también la web: www.nuevatribuna.es en su sección de cultura.
Obsesión
Caminaba despacio. Parecía un día como todos los demás.
Rutinario. Cinco minutos antes había salido del metro y recorría un trayecto
conocido de la ciudad, el que la conducía cada mañana a su trabajo. Pero hoy
era distinto. Tenía una extraña sensación. Era como si el entorno hubiera
cambiado. El sol iluminaba un deseado día de primavera y los muros de las
calles resplandecían con mensajes y colores brillantes que percibía por primera
vez. Llegó a la plaza de Chueca y decidió sentarse en uno de los bancos bañados
por el sol. Nunca lo había hecho a esa hora, porque suponía un retraso que
tendría que pagar saliendo más tarde, pero hoy no pudo evitarlo. Se sentó a
contemplar el espectáculo que ofrecía la plaza.
Una mujer llevaba un vestido de encaje, un tejido sutil
que resaltaba sus pezones sonrosados bajo la transparencia de una tela que no
ocultaba nada a la vista de los otros. Se acercaba hacia ella con un cadencioso
contoneo y se avergonzó al darse cuenta de que no podía desviar la vista de los
pechos de la mujer, que sonreía ante ella de forma complaciente. Se sintió
turbada e incómoda, pero deseaba tocarla. La mujer se sentó a su lado y como si
hubiera leído sus pensamientos, acarició su mano y la colocó con delicadeza
sobre uno de sus pechos. Ella la miró intensamente a los ojos y se dio cuenta
de que conocía esa cara. Hacía más de un año que perseguía su imagen por todas
partes…
Destellos azules |
Sudaba, daba vueltas sobre sí misma y se agitaba. Notó una
mano que acariciaba su rostro y una voz tranquilizadora que la susurraba desde
el lado de la consciencia. “Cariño, despierta…, ¿qué te pasa?, despierta amor,
tienes una pesadilla…” -decía la voz-. Violeta por fin abrió lo ojos. Leo, su
amante, sonreía e intentaba tranquilizarla con la voz muy calmosa. Tardó un
rato en situarse y en comprender que salía de un extraño sueño. La cara de su
amante ocupaba todo su campo de visión y poco a poco se fue borrando ese rostro
de perfectos labios carnosos entreabiertos y coronados por un lunar en la parte
baja de la mejilla izquierda, que eran una invitación al deseo.
Concentración |
Mordió los labios de Leo con ansia, y los succionó como si
necesitara beber un trago de vida tras otro. El deseo que sentía era tan
intenso que sin mediar más gestos se colocó a horcajadas sobre el cuerpo de su
amante, que al sentir su comportamiento animal cayó también preso de una
excitación imparable. Violeta le sujetaba debajo de ella, le asía con las
piernas y le presionaba con fuerza. Cuando comenzó a notar que él se inflamaba
paró en seco. Ella le miraba a los ojos y veía atónita cómo el rostro de la
mujer de su sueño se superponía al de su amante conforme aumentaba su grado de
excitación. Había entrado en un estado como de trance, casi onírico, paseaba
entre el sueño y la vigilia de la mano de Eros, que conducía su deseo espeso de
una forma un poco despiadada. Pegó su mejilla a la de su amante y comenzó a
narrarle su extraño sueño al oído, acariciándole el lóbulo de la oreja con cada
palabra. Colocó sus pechos a la altura de la boca de su amate y por fin se
sentó sobre él moviéndose en círculos. Cuando notó que se derretía, le mordió
de nuevo los labios y volvió a ver el rostro de la mujer. Sólo veía su boca,
roja, casi en forma de corazón, y oía gemir a Leo muy, muy lejos, como si sus
gemidos vinieran de otra habitación. Cayó exhausta sobre su cuerpo y
permanecieron así durante unos minutos. No sabría precisar cuántos. Cuando
recobró el sentido, se dio cuenta de que Leo se había quedado adormilado debajo
de ella y le despertó con suavidad. Leo la miraba con extrañeza. ¿Acaso notaba
algo diferente en ella? Se daba cuenta de que incluso había perdido la noción
del tiempo, olvidándose por completo de que tenía que ir a trabajar. Se notaba
rara. Era consciente de que se habían despertado sus instintos más primarios al
imaginarse el contacto con otra mujer, pero no se trataba de una mujer
cualquiera. La imagen que había visto en su sueño era la de Marilyn Monroe, esa
actriz de otra época elevada ya a la categoría de icono, que volvía de forma
recurrente a la actualidad con cualquier pretexto.
Reflejo |
Violeta llevaba casi un año recopilando imágenes de
Marilyn. Salía con su cámara a dar paseos por la ciudad con el objetivo de
retratar escenas de la vida cotidiana en las que apareciera la musa. Sentía
curiosidad. Le llamaba la atención la presencia casi permanente de la imagen de
una actriz que murió hacía más de medio siglo. Pero hasta ese momento, no era
consciente de la obsesión que comenzaba a dominarla. Tembló. Se puso de pié y
sin decir una palabra salió de la habitación y caminó descalza hasta el baño.
Se metió en la ducha y abrió el grifo del agua fría. Gritó cuando el agua
helada recorrió su cuerpo, pero lo necesitaba. Necesitaba sentir que se
despertaba de verdad. Necesitaba sentir la realidad, la fría realidad.
Salió de su casa con prisas, llegaba muy tarde a la
oficina. Leo la despidió en la puerta con un beso, que a ella casi le dolió.
Sus ojos demandaban explicaciones que tendrían que esperar, porque Violeta
necesitaba pensar.
El trayecto en el metro estuvo plagado de visiones
irreales. No sabía si era producto de la hora, pero el vagón estaba lleno de
gente peculiar. Una mujer de unos cincuenta años, pero vestida como si tuviera
dieciocho y se trasladara a un concierto de Janis Joplin, atravesó el vagón
tirando de un baúl de mimbre que se deslizaba sobre unas ruedas de colores. Un
hombre, con la barba hasta la cintura, regalaba poemas con dibujos de flores a
los presentes. Dos niñas saltaban a la comba en el centro del vagón y su abuela
las aplaudía. Era extraño, más que el metro parecía el parque del Retiro un
domingo por la tarde, a esa hora en la que los desocupados, los excéntricos y
los observadores se pasean sin pudor y parece que puede llegar a suceder
cualquier cosa. Pero lo que más llamó su atención fue una mujer que leía un
libro en inglés titulado Cuadernos de Marilyn, y cuya portada era una
imagen en blanco y negro de la actriz tumbada en un diván y vestida con una
especie de tul casi transparente. Otra vez el fantasma de Marilyn y ella sin
su cámara.
En venta |
Se apeó en su estación y subió a la superficie a la
carrera. Enfiló por la calle Barquillo a paso ligero. Giró a la izquierda por
Augusto Figueroa y cuando llegó casi a la altura de la Bardencilla, se quedó
petrificada delante del escaparate de una tienda de ropa de mujer. La imagen
era surrealista. Un maniquí con cuerpo femenino estaba ataviado con el vestido
de encaje transparente de su sueño, pero las redondeces del cuerpo de mujer
terminaban en una grotesca cabeza de cervatilla, que hacía de la composición un
llamativo reclamo. No pudo seguir. Se quedó parada mirando el escaparate,
preguntándose por qué aquél curioso vestido había terminado formando parte de
su sueño, si nunca lo había visto antes. No solía subir por Augusto Figueroa,
porque tenía un tramo de obras que hacían de la calle un recorrido incómodo y
polvoriento. Para evitarlo, últimamente, subía por la calle paralela, pero como hoy
tenía prisa…
Ese lunar... |
Sus prisas se quedaron en nada. Decidió no ir a trabajar.
Permaneció un buen rato delante del escaparate, contemplando la espléndida tela
y rememorando el redondeado cuerpo de Marilyn tal y como lo había visto en su
sueño. Paseó despacio hacia la plaza de Chueca, con la intención de sentarse en
el mismo banco que ocupó en su sueño. Una vez allí se acomodó esperando que
apareciera Marilyn y se colocara a su lado. Naturalmente no sucedió nada
parecido. La fría realidad dista mucho de parecerse a los sueños, se dijo,
aunque las visiones que había tenido en el metro y ese escaparate tan
surrealista presagiaran un día especial. Y tenía que reconocer que sí había
pasado algo. Ella era distinta, se sentía distinta. Un poco confusa, pero con
más capacidad para dirigir su destino. Sentada en ese banco se sintió libre,
dueña de sí misma por primera vez en demasiado tiempo. Se había dejado enredar en
una vida que la encorsetaba y en la que cada vez se reconocía menos a sí misma.
La imagen de Marilyn en su sueño había producido una especie de zarandeo en el
interior de su cabeza. Ahora lo veía más claro. No era tanto una obsesión, como
una proyección, una especie de brisa liberadora. Perseguir la imagen de la
actriz había permitido que ella se expresara de otra manera y le había
proporcionado la oportunidad de descubrir otro camino. Cuando paseaba por la
calle y observaba a la gente, cuando se detenía ante un muro lleno de imágenes
imposibles, cuando percibía la transformación de su ciudad a través del
objetivo de su cámara era más ella. Buscar a Marilyn se había convertido en un
camino que la llevaba derechita hacia sí misma y a reconocerse en una actividad
que de verdad la llenaba. Decidió que abrazaría su obsesión y le daría un beso
en la boca.
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