El relato que pego a continuación habla de fantasmas y vidas robadas. De personas que se evaporaron al nacer, que fueron robadas a sus madres para comerciar con sus vidas.
¿Puede existir un hecho más cruel que arrebatarle el hijo recién nacido a una mujer y decirle que ha muerto?
Miles de familias españolas han abierto un proceso de búsqueda de sus hijos, búsquedas complicadas porque es un largo proceso de robos que se remonta mucho en el tiempo.
Esta práctica comenzó tras el final de la guerra civil robándole los hijos a las presas republicanas con el fin de reeducarlos. Después, continuó como un negocio del que se lucraban una red de médicos sin escrúpulos y monjas que les ayudaban. Los últimos casos registrados son de robos realizados a medicados de los años 80 del siglo XX.
La fotografía que acompaña el relato está tomada en una calle de Madrid y remite a todos esos pasos que están dando las madres y los hijos e hijas para encontrarse.
Tanto el cuento como la fotografía han sido publicados en la web
de información www.nuevatribuna.es en la sección de cultura.
La
mujer que ha visto un fantasma
La mujer que ha visto un fantasma
recuerda a la perfección el cuello del hombre que iba sentado en el autobús en
la fila de delante de ella. El espacio comprendido entre el perfil donde
finalizaba el lóbulo de su oreja y nacía el cuello de la camisa ha conectado su
memoria con el paisaje eterno que ha identificado a los varones de su familia
durante generaciones. El pequeño trozo de piel que ha tenido delante de sus
ojos durante el recorrido mostraba una marca con la forma de una pequeña hoja
de perejil que si no fuera por su color marrón oscuro, típico de una huella en
la piel de nacimiento, parecería el adorno alegre de una receta culinaria.
La mujer que ha visto un fantasma es
madre de dos mujeres que le alegran la vida. Pero tenía enterrado en un hueco
de su memoria, tran profundo como una sima en el mar, la carita enrojecida y
llorosa del primer hijo que parió: un varón que no sobrevivió a su primera
noche en este mundo. El muchacho fue su primogénito y la hermana Sor María, que
la atendió durante el alumbramiento, le dijo a la mañana siguiente que había
muerto por un problema respiratorio. A ella le costó creerlo, porque en el
momento del parto escuchó a su hijo saludar la vida con un llanto firme y lo vio
bien estirado boca abajo, sujeto de los pies por las manos recias del médico, fuerte
como el tallo fresco de un olivo. Pero después le mostraron su cuerpecito
desmadejado, envuelto en una manta de tonos crema de hospital, y le pareció tan
vulnerable e indefenso que consumió sus dudas entre el cansancio y las fiebres
del posparto.
La mujer que ha visto un fantasma ha
rescatado de las profundidades de su memoria el recuerdo que más le duele, la
carita enrojecida y llorosa de su hijo al nacer, adornado con una marca en su
cuello con la forma de una pequeña hoja de perejil, la huella de nacimiento que
ha identificado a los varones de su familia durante generaciones.
La mujer que ha visto un fantasma ha
comentado muchas veces con sus hijas el rosario de noticias sobre niños robados
al nacer que llenan los telediarios y los periodicos y ahora se siente sacudida
por la misma angustia vital que ha visto retratada en los rostros de las
familias que sospechan que han podido ser víctimas de un hecho tan cruel.
La mujer que ha visto un fantasma ha
llegado hoy a su casa con la duda clavada como un puñal en el centro de su
pecho, una duda que comienza a ahogarla en el pozo infinito de los sucesos
inexplicables. Se repite a sí misma que el hombre que ha visto en el autobús
con la huella inconfundible de una pequeña hoja de perejil es imposible que sea
su hijo. Si lo fuera, sería el primer varón de su familia, adornado con el
código de caducidad de la hoja de perejil, que supera la edad de quince años.
La mujer que ha visto un fantasma mantiene
una expresión inconfundible de dolor marcada en el rostro, porque se da cuenta
de que lo único que puede hacer para poder digerir sus dudas es recorrer el
mismo camino todos los días hasta dar con el hombre del autobús. Hoy ha entrado
a formar parte del grupo de todas esas familias que sospechan haber sido
víctimas de un hecho muy cruel y su deber es buscar la verdad, aunque piense
que son muy remotas las posibilidades de que el hombre que ha visto en el
autobús sea su hijo.
Carmen Barrios
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